domingo, 9 de julio de 2017

Escena, tango e historia

Historia y escenificación: el tango como restauración, identificación y prefiguración político-cultural
Tomás Calello (Untref-UNGS)
Resúmen
El tango se desarrolló desde comienzos del siglo pasado como un medio estético de síntesis y objetivación de identidades de clase, género y nacionalidades.  A partir de las teorías del teatro, del performance y del cine se analizan letras, guiones y estereotipos del tango presentes en sus escenificaciones como un medio relevante de restauración histórica de conductas, identificación y desidentificación de grupos sociales y como prefigurador  de relaciones político culturales.  También se analiza  la evolución de sus representaciones y performances como un medio artístico de exocitización y construcción de identidades locales en relaciones a los centros colonizadores. Por último se realiza una reflexión acerca, por un lado,  de las condiciones históricas-sociales y culturales que permitieron su “resurrección” durante las últimas décadas y por el otro de las características que asumen las dimensiones consideradas en  las performances, letras y  films que tienen  actualmente al tango como protagonista

Introducción
Por medio de la utilización de tres nociones de las teorías del performance, de la antropología social y de la crítica cultural como son las de “restauración” que fue desarrollada por Robert Schechner, las de “identificación-desidentificación” de Carmen Bernand y José Muñoz;  y la de “prefiguración” que tiene su origen en las obras de Theodor Adorno y de Paul Ricoeur se intenta dar cuenta de la influencia del tango en la sociedad argentina como un arte cuya gestación tuvo origen en la mestización de diversos grupos sociales que se identificaron con sus prácticas estéticas prefigurando al mismo tiempo nuevas relaciones político-culturales. Tanto la dimensión “restaurativa” del tango asociada a sus “memorias” históricas, estéticas y culturales, como los procesos de identificación social que remiten a un plano temporal sincrónico o los prefigurativos coexisten en las prácticas del tango en diversos momentos históricos de su desarrollo, aunque como veremos, dichas dimensiones cobraron y cobran mayor relevancia en cada uno de ellos. Acerca de la naturaleza del mundo simbólico y en relación a la interpretación freudiana Ricoeur se preguntaba si el símbolo podía considerarse únicamente como vestigio y si no sería también aurora de sentido, como prefiguraciones (Ricoeur, 2007). Richard Schechner en diálogo y complementación con la antropología de Víctor Turner considera la posibilidad de desarrollar una semiótica del performance que parte de una base inestable o de un fundamento de tensiones. En la práctica teatral plantea el proceso de deconstrucción-construcción bajo el concepto de “conducta restaurada”. Para Schechner se trata de restaurar mediante el performance secuencias de conductas que ofrecen a individuos y grupos “la posibilidad de volver a ser lo que alguna vez fueron o, incluso, con mayor frecuencia de volver a ser lo que nunca fueron pero desearon haber sido o llegar a ser” (Schechner, 2008:39). Las secuencias de conductas restauradas por medio del performance pueden ser almacenadas, transmitidas, manipuladas y transformadas. Los actores al entrar en contacto con ellas las recobran, recuerdan y pueden incluso inventarlas para volver a comportarse según los parámetros conocidos, ya siendo absorbidos por el papel o el trance o tomar distancia del mismo como en el efecto V brechtiano. En todos los casos las secuencias de conducta del performance significan “nunca la primera vez” a partir de un contexto cuyas condiciones originales pudieron haberse modificado o desaparecido. Las conductas originales son restauradas en otros contextos y en parte modificadas de acuerdo a sus fines. El objetivo del performance influye de manera decisiva sobre aquello considerado como evento pasado y por lo tanto objeto de la restauración. La conducta restaurada no es una copia de la original sino que implica decisiones por parte de los performers.  Esta perspectiva es convergente con los estudios de Diana Taylor quién analiza las performances sobre varios registros de datos, ya se trate de documentos escritos o repertorios de conducta, estos últimos considerados como mecanismos sociales encarnados de transmisión de memoria e identidad social. Los traumas aparejados por la desaparición de personas en Argentina durante la última dictadura militar pudieron ser investigados de acuerdo con esta perspectiva. (Taylor y Fuentes, 2011). Es decir que las performances llevadas a cabo por las agrupaciones de familiares de desaparecidos (Abuelas, Madres e Hijos por medio de rondas, exhibición de fotografías, escraches a represores, instalaciones de reconocimiento de la identidad de hijos apropiados, etc) se sustentan en un registro que parte tanto de datos científicos (análisis de ADN, documentos) como de repertorios de conducta que apelan a la memoria corporal y simbólica como medios de identificación, reconocimiento y cambio social. Para Taylor la transmisión social efectiva de este simbolismo requiere de una relación “aquí y ahora” con el contexto social circundante, que fue a su vez  co-partícipe de la circunstancia histórica traumática (Taylor, 2011). De esta manera el sufrimiento social puede ser reelaborado socialmente mediante performances basados tanto en documentación científica como en repertorios de conducta no escritos (testimoniales, sonoros, icónicos, corporales, etc). Según Schechner las conductas restauradas se pueden usar como máscaras o vestimentas pudiéndose modificar la partitura del perfomance como en los casos de directores de teatro, obispos y actores. La actuación en dramas, danzas y rituales junto con las acciones sociales y las performances culturales se retroalimentan con las acciones de los individuos cuando son representados, como modelos de acción para la vida cotidiana; a su vez la manera de actuar en la vida cotidiana afecta a las representaciones (Schechner, 2008:38). En este sentido Schechner distingue entre lo “que es” performance de lo que puede estudiarse “como” performance. Esta última definición considera que algo “es  performance”cuando en una cultura particular la convención,la costumbre y latradición dicen que lo es; por ejemplo aquéllos espectáculos que en la cultura occidental se basan en textos, dramas, guiones etc, o bien en dramas  ceremoniales o rituales tradicionales orientales. A su vez puede ser estudiada “como performance” toda actividad que implique una repetición y restauración de conductas. Desde esta perspectiva las performances deben entenderse en términos interdisciplinarios, interculturales y globales, como actividades de restauración y creación en las que las apariencias son realidades y las realidades son también lo que se halla por detrás de las apariencias. También pueden considerarse como performances registros representacionales como films y documentales que tienen efectos y son afectados en la vida cotidiana.   En este sentido la construcción del presente, de una imágen del sí mismo y de los otros, supone tanto una “procedimiento arqueológico” como uno “teleológico”; éste último ya no basado exclusivamente en la sospecha del desocultamiento sino en las potencialidades de las manifestaciones simbólicas (Ricoeur, op cit). Es decir que las aproximaciones performáticas pueden combinar tanto la “crítica”, -actualmente relativizada en sus alcances por la casi completa subsunción de las esferas culturales y espaciales en la globalización (y por lo tanto de posibilidades de distanciamiento en relación al objeto cultural criticado)- como la “identificación” con los grupos y personas víctimas de segregación o discriminación  de clase, etnia o género. Refiriéndose a las “emociones ficcionales” activadas por la cultura mediática Eva Illouz sostiene que la imaginación genera emociones por medio de relatos elaborados culturalmente que ponen en marcha mecanismos de identificación con los personajes, sus intensiones y las tramas en las que se hallan. Como partícipes de la cultura mediática e inmersos en ella las imágenes visuales inscriben determinadas escenas narrativas en parte de nuestra socialización emocional que es de naturaleza ficcional. Desarrollamos y anticipamos nuestros sentimientos mediante escenas culturales reiteradas anticipando cuáles son las normas mediante las que se expresan las emociones, que importancia revisten éstas para nuestro relato de vida y cuáles son los vocablos y las figuras retóricas que expresan dichas emociones. Las “emociones ficcionales” surgen entonces mediante mecanismos de identificación con los personajes y la línea argumental activados por ciertos esquemas o moldes mentales para evaluar situaciones nuevas, recordar lo sucesos de nuestra vida y anticiparlos  (Illouz,  2013). 
José Esteban Muñoz proponía que las performances (o “actuaciones”) se basen en procesos de desidentificaciones sociales que se diferencian tanto de las identificaciones predominantes y mayoritarias como de sus contraidentificaciones. Mediante la crítica de la noción tradicional de identidad proponía performances que emergen entre las identidades  que poseen mayores grados de estabilidad y las construcciones sociales. Tomando como referencia inicial la definición de identificación de Laplanche y Pontalis como “un proceso psicológico mediante el cual el sujeto asimila un aspecto, propiedad o atributos del otro y se transforma por completo o en parte según el modelo que proporciona el otro” Muñoz propuso a partir de Pécheaux aplicar las nociones de contraidentificación y desidentificación. (Muñoz 2011:563). Es por medio de una serie de identificaciones como se constituye y especifica la personalidad. Para Muñoz el sujeto que se “desindentifica” es incapaz de identificarse por completo con el modelo cultural predominante ya que recurre -de acuerdo con las nociones de Eve K. Sedgwick-, a una visión no lineal de las identificaciones por las que “identificarse con un objeto, persona, estilo de vida, historia, ideología política, orientación religiosa, etc significa también al mismo tiempo y en parte, una identificación opuesta así como una identificación parcial con distintos aspectos del mundo social y psíquico. Aquéllo que detiene la identificación son siempre restricciones ideológicas implícitas en un sitio identificatorio. En este sentido los sujetos que se hallan por fuera de la esfera pública predominante y que poseen varios componentes de identidad minoritaria encuentran dificultades para representar identificaciones y en las que los prejuicios y el control hacen que las “identidades con diferencias” sean difíciles de habitar (Muñoz,  2011)

El mestizaje en relación a la hibridación cultural y a los procesos de identificación social
Los procesos de identificación social presentes en el mestizaje también presentan objetivaciones que se expresan artística o culturalmente y suponen una heterogeneidad cultural y social no sólo entre diversos grupos sociales sino principalmente al interior de los mismos. Esta característica tiene efectos significativos sobre los status y roles que son asumidos socialmente por esos grupos e individuos que los conforman, como su capacidad de atravesar fronteras sociales con menores dificultades. Pero al mismo tiempo estas características comportan procesos de identificación social y conflictos que poseen consecuencias psicológicas y culturales específicas para los mestizos. El abordaje del mestizaje como un fenómeno ambiguo supone el análisis de sus procesos de identificación pues la consideración de una noción de identidad como fijismo no puede dar cuenta de las ambivalencias significativas que comporta su interpretación como fenómeno antropológico (Bernand, 1977). Al considerar el análisis de poblaciones culturalmente híbridas se deben tener en cuenta sus objetivaciones en varios planos como son las escrituras mestizas, los sones y las imágenes.[1] También tomo en consideración actividades de base corporal como   el baile y el teatro que constituyen formas de resistencia cultural por medio de las cuales se expresa lo prohibido y los tabúes sociales en distintos sectores sociales y culturales. En el ámbito del Río de la Plata los orígenes y desarrollos posteriores del tango ilustran con cierta fidelidad algunas características de la cultura mestiza. Su integración posterior como música privilegiada del sainete da cuenta también del desarrollo del teatro local como forma de objetivación estética del mestizaje. El tango aparece como una combinación de distintas fuentes sociales, culturales y musicales. Por un lado, como resultado de la liberación de la soldadesca de la campaña a fines del siglo XIX y su hibridización con inmigrantes transoceánicos que van a adaptar sones provenientes del Caribe como la habanera cubana, propio de la cultura negra y esclava, junto al tango andaluz (Gobello,  Matamoro y Rivera; 1976). En tanto que el tango como baile tuvo su origen en las reuniones que las comunidades de naciones africanas realizaban en el ámbito del Río de la Plata, ya sea en Montevideo o en Buenos Aires, conformando los tambós, pero sobre la base de la milonga que se originó de la confluencia de la guajira flamenca, que aportó la melodía, la habanera, su ritmo y el tango negro, que aportó la danza. El tango andaluz aportó melodía y música a este tango que se formó en Buenos Aires. Por entonces predominó el tango como baile, a veces acompañado de letras procaces que paulatinamente se irán transformando en intimistas, atravesando fronteras sociales en un proceso de asimilación creciente por las clases medias y altas (Varela, 2005). Para Pablo Vila el tango se distinguió por su capacidad de interpelación étnica de la población porteña antes que por sus aspectos sexuales o de clase (Vila, 2000). A partir de la década de 1880 y hasta la primera década del siglo XX el discurso criollista tuvo una importante función de integración sociocultural y de legitimación de los sectores vinculados a la clase conservadora oligárquica. Es interesante constatar la aparición posterior en la obra de teatro “Juan Moreira” de Gutiérrez el personaje Cocoliche, un prototipo paródico del inmigrante italiano acriollado que adquirió luego un perfil propio y autónomo de la obra teatral. Cocoliche personificaba, según el diario “La Prensa” (1897), a un inmigrante napolitano “que ridiculiza las costumbres gauchescas y quiere ponerse al nivel del más criollo de nuestros paisanos” (Prieto, 2006). La de Podestá fue la primera compañía de sainetes criollos y hacia 1890 reaparece como resultado de la confluencia del sainete local y el español, el sainete porteño formando sistema con actores, autores, público y crítica propia. Su predicamento popular fue de tal magnitud que concurrían a verlo  alrededor de seis millones de espectadores anuales en una ciudad que no superaba el millón de habitantes (Pellettieri, 2008). El sainete entonces se consolida como un género mestizo, que integra en un principio la cultura criolla y la de los inmigrantes, a los cuales parodia y que ofrece como escena primero el patio del conventillo, donde los distintos tipos sociales se reúnen y luego la pieza del conventillo, en donde el drama se torna más subjetivo e intimista. Debemos tener presente que el “criollismo” constituyó en su orígenes una estrategia de las clases dominantes para enfrentar a las oleadas inmigratorias portadoras en algunas de sus expresiones de ideas y acciones anarquistas y socialistas.  Tanto el tango como el sainete oficiaron como una objetivación del conflicto social, incorporando a distintos grupos sociales e inclusive imágenes de la enfermedad, presentes en el ideario higienista, que mostraban a la mujer vinculada al tango y a las famosas costureras, en los símbolos de poetas emblemáticos del tango como Evaristo Carriego, en el papel de mujeres que “habían dado el mal paso”. Esta imágen presente en sainetes, tangos y poesías en donde la trabajadora a domicilio y la “milonguita” se convertían en tísicas y tuberculosas por obra de la actividad nocturna, revela de algún modo la intromisión- en parte neutralizada- del higienismo en la cultura popular (Armus, 2005). Es decir que coexisten en una misma expresión artística objetivada el discurso criollista, la cultura inmigratoria y el discurso higienista, “hibridizándose” y permitiendo su asimilación en distintos estereotipos que los conjugan. El lugar de los conventillos, lupanares y paradas de viajes aparecen como los lugares que en las letras de tangos y sainetes se desarrolla la enfermedad (en particular la tuberculosis, la “degeneración” y la locura), expresando lo patológico enfrentado a lo normal (Canguilhem, 2005) y apareciendo lo primero asociado a distintos grupos sociales, comenzando por la mujer y prosiguiendo con los inmigrantes. Pero tanto en el tango como en el sainete se trata de síntesis, de remedos mestizos que permiten la integración social, de la misma manera que Gardel con su canto integra al inmigrante con el criollo y se convierte en símbolo unificador de los distintos procesos de identificación social y cultural (Pujol, 1991). Desde este punto de vista podemos entonces considerar al tango como coexistente con el surgimiento del radicalismo y un precursor político cultural del peronismo ya que coincidiendo con Pablo Vila en que la capacidad de interpelación del tango fue étnica antes que clasista o de género, estas dimensiones se hallaban presentes como fundamentos de los procesos de hibridización en los que el tango por medio de sus protagonistas hombres y mujeres llevó a cabo. El tango y el sainete permitieron la “identificación social” del mestizaje étnico y sociocultural como así también la elaboración y restauración de sones y bailes previos cuyas imágenes remitían tanto a la cultura inmigratoria, como a la afro descendiente y criolla. En lo que sigue se abordan los alcances del tango como prefigurador político cultural del peronismo y como factor de integración social como de dominación clasista, étnica y de género por medio de sus códigos tradicionales y la vigencia actual de estos últimos.[2] Para tal fin se incorpora y discute el abordaje que realizara Marta Savigliano del tango como una “economía política de la pasión” en la que tuvieron lugar dichas formas de dominación articuladas con el orden  colonial (Savigliano, 1995).
El tango como economía política de la pasión
En el análisis que Marta Savigliano realizara sobre el tango como  “economía política de la pasión” (1995) se encuentran reunidas prácticamente todas las dimensiones necesarias para comprender  el significado de las performances tangueras en relación a su restauración, procesos de identificación y desidentificación grupales y como prefiguraciones político culturales. Savigliano parte de considerar al tango como una práctica social-cultural originada en el Río de la Plata y en que la preeminencia de la relaciones existenciales de género, expresadas en sus bailes y performances, opacó diversas formas de dominación. Entre estas formas de dominación resaltan las del colonialismo (para lo cual la autora realiza un pormenorizado análisis histórico, geográfico y estilístico del tango en relación a su incorporación, aceptación y reformulación en los centros hegemónicos mundiales y sus posteriores resignificaciones por las élites locales) en relación a la conformación de la identidad nacional y el dominio de género y el significado del tango como relación entre clases y sectores sociales autóctonos. La interpretación de Savigliano coloca a la “pasión”, entendida como relaciones de género y de dominación masculina, en el centro de sus análisis para comprender las relaciones sociales, políticas, e identitarias nacionales y en las que la reificación del vínculo afectivo, mediado por el baile y las performances del tango adquirió dimensiones ideológicas. El rechazo inicial de las clases dominantes argentinas, (conservadoras y liberales) a la matriz popular del tango da paso a su revalorización luego de su aceptación y difusión por las potencias coloniales vinculadas al modelo agroexportador (Francia e Inglaterra principalmente). La reformulación externa de la identidad nacional operada por estas potencias mediante la revalorización del tango como expresión pasional provocó reacomodamientos y conflictos en la propia visión (generalmente negativa)  que las clases dominantes locales dispensaban hacia el tango y los sectores populares a él asociados. La pasión, (vinculada a lo “primitivo” y por lo tanto a lo inferior),  aparece como una simbología impuesta por los países colonizadores hacia los colonizados. Principalmente el tango (pero también otras danzas y rituales “exóticos”) representan la novedad sensual en la Europa de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En esta  incorporación simbólica de los colonizados la imagen de la pasión se asocia también en el tango a la dominación de género. En estos ajustes identitarios los “colonizados” terminan por incorporar resignificando la visión de los colonizadores, su construcción de la identidad nacional mediada por el tango y el dominio de clases internacional y nacional. Esto se expresa a distintos niveles que abarcan desde la reformulación de los estilos locales del baile y su aceptación por los bailarines y practicantes locales que se ven repentinamente  “empoderados” y otros protagonistas del tango que hallan en él un símbolo novedoso de distinción y expresión identitaria que es revalorizado local y sobre todo internacionalmente. El análisis de Savigliano parte de tematizar de manera novedosa y original  cuestiones que vinculan al tango con formas de dominación interna y externa. A partir de dicho abordaje quisiera señalar algunas cuestiones vinculadas a lo que la autora denomina “autoexotización” del tango como resignificación local del mismo y a sus diferenciaciones internas de clase y de poder vinculadas al tango, y por el otro, al hecho de abordar todas sus consecuencias como una de las matrices fundamentales, sino la fundamental, que expresaba  relaciones políticos culturales sincrónicas con el radicalismo y especialmente aquélla que prefiguraban al peronismo considerado como fenómeno histórico-cultural singular y a otras alternativas  político-culturales que las prácticas del tango pudieron haber dado lugar en las dimensiones performáticas consideradas.

El tango como prefiguración político-cultural del peronismo
En el análisis de Savigliano el “abrazo” consagraba relaciones clasistas y de género articuladas con el orden colonial y cuya identidad era mediada por las oligarquías locales. Si bien el simbolismo del abrazo realza la significación existencial y de las relaciones de encuentro y desencuentro amorosos de la pareja de baile ocultando relaciones sociales de dominación no es menos cierto que el tango experimenta en su evolución local interna una transformación “intimista” a partir de 1917 con el tango “Mi noche triste”  (con letra de Pascual Contursi). También que era una expresión estética de una alianza sociocultural entre sectores y fracciones sociales que iban desde el conservadurismo y el radicalismo hasta el anarquismo y el socialismo que excedían a los sectores oligárquicos y en muchos casos se hallaban enfrentados a ellos. Los tangos compuestos a partir de entonces pasan a ser predominantemente cantados y sus héroes dejan de ser proxenetas. Como se ha mencionado la figura de Gardel es emblemática de este período en que el tango pasa a ser cantado o bien incorporado como género privilegiado primero en los sainetes y luego por medio de la radio y la cinematografía, dejando atrás su etapa primigenia en la que predominaba su relación con el  baile y el ambiente prostibulario cuya figura de dominación emblemática era el “rufíán”. El tango, al mismo tiempo que es asimilado por distintos sectores sociales desarrolla una poética propia en la obra de letristas como Celedonio Flores, José Gonzáles Castillo y de saineteros como Nemesio Trejo, Alberto Vaccarezza, Novión, Armando Discépolo, etc.  A su vez los tangos incorporan en sus letras el drama de los sainetes cuyos ejes temáticos son el barrio, la coexistencia sociocultural en los conventillos y el abandono de la mujer, entre otros.  Las imágenes gauchescas, además de los sainetes criollos, aparecen vinculadas en este período al tango, por ejemplo en films como “Nobleza Gaucha” (1915) y posteriormente en otros como “Las luces del centro” (1932); en los llamados “tangos camperos” y en los atuendos, escenografías y letras de sus intérpretes más importantes como Carlos Gardel, Agustín Magaldi e Ignacio Corsini. La asimilación por parte del tango y los sainetes criollos de la simbología “gauchesca” no era equivalente a la difusión del criollismo como ideología promovida por las clases oligárquicas locales en su afán de oponer el “ser nacional” a las ideologías que portaban las corrientes inmigratorias. Los films “Nobleza gaucha”, “La cabalgata del circo” (1943), “El último payador”, “La vida es un tango” (1939)y muchos más ejemplifican lo dicho. Como se ha mencionado tanto en el tango como en el sainete se trata de síntesis, de remedos mestizos que permiten la integración social, de la misma manera que Gardel con su canto integra al inmigrante con el criollo y se convierte en símbolo unificador de los distintos procesos de identificación social y cultural (Pujol, 1991). Esta síntesis  entre la cultura criolla, la inmigración y el tango aparece claramente expresada algunas décadas antes de la consagración del “zorzal criollo” en la primera película argentina, “Nobleza Gaucha” (1915).  En el escenario rural se conocen y traban amistad Juan el Gaucho y Genaro. Este último inmigrante italiano se ha ido a vivir al campo y formado una pareja “italo-criolla” con Ña Ciríaca. El italiano es invitado a una fiesta donde Flor de Cardo (criolla de la cual Juan se ha enamorado) es raptada por  el Patrón José Grande, estanciero que contó con la complicidad del capataz y la policía. Genaro avisa a Juan y ambos van en su búsqueda a la capital con la guía del inmigrante conocedor de la ciudad. Las leyendas escritas de este film mudo revelan los diálogos y monólogos que adaptan el idioma italiano al argot porteño. El sincretismo cultural también se advierte en algunas escenas como por ejemplo la de Ña Ciríaca, la pareja criolla de Genaro, amasando pasta en el rancho. Ya en Buenos Aires el patrón “Gran José” se la pasa en el Salón Armenonville entre juerga y alcohol. Una mañana regresa a su mansión donde tiene raptada a Flor de Cardo sin saber que Juan lo estaba esperando. En esa circunstancia sucede el rescate de la criolla que regresa con Juan en tren desde una Buenos Aires que muestra todo el esplendor de los años posteriores al Centenario. Pero luego de arribar al pago Juan se entera que es perseguido por la policía porque el patrón lo ha acusado de ser un matrero. Al escapar se topa con Gran José y va con las boleadoras en su persecución. La mala suerte quiere que el patrón se desbarranque y caiga de su caballo. Juan no duda en ir en su ayuda, pero es inútil. La nobleza del gaucho se impone por sobre todas las diferencias.  Un año después del estreno de este film, en 1916, Hipólito Irigoyen ganaría las primeras elecciones presidenciales basadas en el sufragio universal al frente de la Unión Cívica Radical y acaudillando a un electorado compuesto por inmigrantes, obreros y sectores agrarios que se oponían al régimen oligárquico. En 1930 tiene lugar el golpe de estado encabezado por el general Uriburu contra Hipólito Irigoyen. La crisis financiera mundial impacta sobre los países exportadores y sobre sus clases dirigentes. En Argentina la oligarquía teme que a la pérdida de su poder político, que se consuma a partir de 1916 con el triunfo electoral del radicalismo, se le sume luego del crack mundial la pérdida  de sus privilegios económicos. El golpe de Uriburu restaura a la oligarquía el poder político pero ya no sobre la base de ideas liberales conservadoras sino nacionalista y elitistas.  En 1931, un año después del golpe de Uriburu contra el gobierno de Irigoyen, Gardel protagoniza junto a Sofía Bozán el film “Las luces de Buenos Aires”. Buenos Aires, con sus luces, aparece como el lugar de la perdición de Elvira, una muchachita oriunda de “El Dorado”, pueblito de provincia donde Anselmo (Gardel) es el patrón de la estancia donde se habían comprometido. La temática de la ciudad moderna como lugar del vicio, cara a la  tradición romántica europea[3] y del centro corruptor de mujeres en oposición a la pureza de los barrios, presente como constelación poética de los tangos[4] se conjugan en esta película que extiende esa oposición espacial entre Buenos Aires con sus luces y los barrios hacia la provincia. La carga negativa de la película se posa sobre la ciudad y sus lujos, encarnados en el millonario español que tienta a Elvira. Anselmo (Gardel), si bien patrón de estancia, luce personificando la sencillez y nobleza de un gaucho indiferenciado, muy lejano a los atributos explotadores del estanciero o de la caracterización del oligarca. Luego de descubrir a Elvira envilecida en una fiesta Anselmo canta en una cantina el tango “Tomo y obligo”, en el que reaparecen los motivos y expresiones camperas:
“Si los pastos conversaran, esta pampa les diría
de qué modo la quería, con que fiebre la adoré.
Cuantas veces de rodillas, tembloroso yo me he hincado
bajo el árbol deshojado donde un día la besé.
Y hoy al verla envilecida y a otros brazos entregada
fue para m una puñalada y de celos me cegué
y le juro, todavía no consigo convencerme
como ahí nomás no la maté”
Hacia el final dos fieles peones de Anselmo aparecen en Buenos Aires y rescatan a Elvira en plena función, cuando el millonario estaba a punto de despedirla. Con el ansiado reencuentro amoroso con Anselmo en “El Dorado” se restituye el equilibrio perdido. Como en el film “Nobleza Gaucha”, el rescate de la criolla de manos del millonario que la confina en Buenos Aires, pone fin a la película. Pero a diferencia de aquél film “Las luces de Buenos Aires” no muestran ya la presencia del inmigrante como protagonista social y que fuera usual hasta la “década infame” sino a peones y patrones rurales identificados entre sí frente a la presencia hostil del extranjero.
En la película “La vida es un tango” (1939-Dir. Manuel Romero) se cuentan los comienzos del tango en los peringundines para ascender de la mano de un cantor (Hugo del Carril) a Europa y USA. Pero en medio del éxito surge la desagracia ya que el cantor de tango pierde en Estados Unidos la voz y a su amada en manos de un “bacán” y de una “bacana”. Su padre (Florencio Parravicini) le dice “el calor de la patria lo cura todo”. Al regreso se produce  el reencuentro con ella  y la  recuperación de la voz como una metáfora del tango criollo, es decir del regreso a sus fuentes.
Un año después en la película “Carnaval de Antaño” del mismo director el protagonista Pedro conoce a Margarita en el carnaval de 1912. El era un gauchito cantor descubierto por el empresario (Parraviccini) que lo lleva al Armenonville donde ella hace su número. Allí Pedro se enfrenta a los “patoteros” y la seduce. La presencia de los petiteros que simbolizan la riqueza y el poder de los jóvenes porteños enfrentados a ellos es una constante, en la que Pedro representa al humilde y sentimental joven del interior. En el film hay también varias referencias al sentimentalismo que reemplaza al  espíritu malevo del tango, como en “La Maleva” (Sofía Bozán). Ella, pretenciosa, viaja a París con un bacán y se convierte en Margot. Allí el bacán la desprecia y queda arruinada. Como en los tangos “Mano Cruel”, “Margot”, “Esta noche me emborracho” y tantos otros, la mujer que abandona su origen y se “pianta” con el bacán sufre la venganza del paso del tiempo. Al final Charlo se reencuentra con ella, “solá, fané y descangayada” en el carnaval de 1940. Otro signo de los tiempos exclusivistas que corrían es que el portero no la deja entrar al salón y la maltrata. Cuando consigue hacerlo es, como en algunos tangos donde la milonguera esta predestinada a la decadencia, motivo de burla. A instancias del empresario y su mujer la perdona y va en su búsqueda. Pero ya es tarde porque un coche la atropella. “Vos lo dijiste” –le dice ella antes de morir- ya no soy Margarita sino Margot”.  En el film “La cabalgata del circo” (1943) cuyos protagonistas fueron Hugo del Carril, Libertad Lamarque y Eva Perón el cine vinculado al tango aparece como una consumación-restauración de la evolución del circo criollo. Comienza a fines del siglo XIX con dos carretas cruzando La Pampa “para ofrecer a los humildes la alegría… Es el circo de Tito Arletti” según reza un cartel.
En el circo familiar que representa el film la pantomima criolla del gaucho perseguido “Juan Cuello” (con gauchos, caballos y mazorqueros) reemplaza a “Garibaldi en Astromonte” como una alegoría de los nuevos tiempos. En un diálogo se dice: “llegamos representando la misma obra tres años. El criollo quiere que se le hable en su lengua” pasando de la historia del inmigrante (Garibaldi) a la del criollo (Juan Cuello). Luego Roberto (Hugo del Carril) le expresa a Libertad Lamarque “¡hablaremos a la gente su propio lenguaje!”. Tito luego de un accidente en el trapecio queda manco y la responsabilidad del circo recae en Hugo del Carril quien se casa con Gina (Eva Perón), hija ambiciosa del otro socio del circo. Se pasa al drama campero “Margarita o el llanto de una madre”. La sociedad se rompe porque la familia de Eva se siente en la empresa protagonista de segunda cateoría. El teatro Politeama ve debutar luego  a los Arletti con una zarzuela “El rincón del Caburé”. En el incendio  durante la obra originado por una trifulca se produce la “muerte de uno de los creadores de la pantomima criolla: Tito Arletty”, según reza el diario. Consiguen otro contrato “ya no iremos de pueblo en pueblo (dice Nita, la hermana que ha sacrificado su boda para ayudar a su familia en el infortunio ) sino de ciudad en ciudad”. Libertad Lamarque canta: ”maldito  sea el tango aquél, que envenena y domina.” se reencuentra con su prometido. Roberto viaja de gira a Europa y Estados Unidos. Al regreso realiza con Nita una presentación a beneficio del hospital provincial. “Bajo la carpa del circo éramos felices y no lo sabíamos”, le dice al final Nita a Roberto, quien se pregunta qué hubiera sido una vida con Gina alejada del teatro: “La vida tiene límites y los sueños no”. Al final algo sorprendente: luego de pasarse en el film revista a la cinematografía nacional con sus títulos, los Arletty son testigos de la filmación de sus propias vidas (protagonizada por otros) en homenaje a los artistas criollos del circo: Podestá, Cassano, etc: “Mira” le dice Nita a Roberto: ”las carretas que se llevan nuestras ilusiones”, “como no estar felices por lo que lograron nuestros hijos”. La película que aparece como la consumación histórica del sainete y del circo criollo con su incorporación final al cine, parece abonar al mismo tiempo la inauguración de otra etapa histórico social heredera de la anterior. Las películas que presenta el final como antecedentes de esa consumación muestran a un tango estrechamente vinculado con el mundo criollo. En todas ellas aparecen identificados por el tango los nuevos (y algunos viejos) actores sociales que acompañaron los inicios de la industrialización. También se evidencian a nivel de las peripecias de los protagonistas sus transformaciones (en este período generalmente negativas)  como consecuencia del pasaje del tango por Europa y los Estados Unidos. Uno de estos antecedentes (en este caso positivo para la cinematografía vinculada al tango durante la etapa previa) fue la extensa filmografía que realizó Gardel en Europa y en  Estados Unidos.  Posteriormente y ya durante el período peronista otras películas como “La navidad de los pobres” (1947) del director paradigmático del tango Manuel Romero, “Alma de Bohemio” (1949) protagonizada por el cantor de tangos Alberto Castillo y “Dios se lo pague” dirigida por Luis César Amadori y protagonizada por Pepe Arias (1948) mostrarán los ideales del período centrados en la conciliación de intereses entre el capital y el trabajo mediante identificaciones cruzadas (a veces coexistentes en un mismo personaje) de ricos y pobres (Kriger, 2009).   

De la prefiguración a la transfiguración político-cultural
La década de 1940 será considerada  la “época de oro del tango” en la que convergerán las dimensiones que se han señalado como restaurativas del mismo (con sus evoluciones en los planos instrumental, cantable y bailable) y una amplia identificación social con sus manifestaciones. En este período sus prefiguraciones cifradas en las etapas previas alcanzan su máxima expresión y difusión tanto en el plano estético como en el cultural y político.  La génesis y simbología del peronismo muestra significativas analogías con las del tango, ya que las dimensiones clasistas y de género de este movimiento aparecen subsumidas y sintetizadas en la figura del líder carismático Juan Perón, de manera análoga a la síntesis cultural entre componentes criollos e inmigrantes que simbolizara Gardel para el tango-canción y que patentizaran los sainetes para los tangos escénicos y luego la filmografía nacional.  A su vez la historia del tango muestra (junto a la del peronismo) la integración de las mujeres en esos campos (culturales y políticos). Si bien esa integración era minoritaria y subordinada (generalmente como intérpretes de tangos como Azucena Maizani, Sofía y Olinda Bozán, Ada Falcone, Mercedes Simone, Tita Merello, Rosita Quiroga, Paquita Bernardo -la primer bandoneonista-, Tania, Nelly Omar, etc; en el peronismo como seguidoras del líder pero también como protagonistas ciudadanas precursoras en el plano político electoral y como rama del movimiento) fue mayor al que tuvieron en relación al resto de los campos o subcampos de la sociedad argentina. A su vez las interrelaciones político culturales entre los campos del tango y del peronismo se dieron tanto a nivel de de la presencia de personajes comunes a ambos (Castillo, Manzi, Discépolo, Magaldi, Hugo del Carril y la misma Eva Perón, entre muchos otros/as), en los propios contenidos de las letras y guiones de sainetes, en la presencia de programas radiales y en una vasta filmografía, como también en la simbólica figuracional por medio de analogías icónicas (la figura de Perón, su “abrazo” con Eva); discursivas: en las referencias habituales del líder en sus discursos a las figuras del tango (James, 2010) y en la síntesis político cultural y clasista que operó el peronismo. A su vez este movimiento fue considerado, lo mismo que el tango, como un fenómeno singular y “maldito” en la historia política y cultural argentina. Ese “malditismo” se hallaba también presente en las características culturales de algunos tangos como señalara Ricardo Horvath en su libro “Esos malditos tangos”. Lo mismo que el tango el peronismo activó por medio del liderazgo carismático identificaciones cruzadas entre clases, géneros y etnias nacionales y locales. Otra dimensión significativa para considerar al tango como una prefiguración político-cultural del peronismo son las vinculaciones (de integración, conflictos y desplazamientos) entre las élites extranjeras y locales. Sus bases sociales y sindicales fueron conformadas por gente del interior del país (inmigrantes) y por dirigentes en muchos casos sindicalistas, socialistas  anarquistas y antiguos radicales herederos de la inmigración extranjera. Como han señalado Murmis y Portantiero en sus análisis de los orígenes del peronismo tuvieron tanta relevancia tanto las masas rurales como los antiguos obreros de Buenos Aires (Murmis y Portantiero, 2011). En sus comienzos el peronismo aparece como una fuerza social antioligárquica y antibritánica. Su política económica social tendió al desplazamiento de la élite oligárquica probritánica con el fin de favorecer y estimular a las fracciones nacionales industrialistas (Basualdo, 2010; James, 2010, etc). También el tango -como expresión de la identidad nacional- experimentó en las primeras décadas del siglo veinte un desplazamiento en sus significados internos (revalorización) mediado por las élites locales y en relación a su vinculaciones con los centros imperiales (Savigliano, 1995). Pero en el caso del peronismo dicho desplazamiento excedió y se opuso a las construcciones identitarias y discursivas hegemónicas de la clase oligárquica (liberales o conservadoras) mediante agudos enfrentamientos culturales para incorporar a un universo social más vasto y en concordancia con la aparición del modelo sustitutivo de importaciones (Sigal y Verón, 2003; Romero, 2001; James, 2010; Svampa, 1997).  En el plano del mundo laboral  la “vieja guardia sindical” (la mayoría de cuyos dirigentes eran de origen socialista y anarquista) como se ha señalado apoyaron el surgimiento del peronismo. El componente social de esa vieja guardia sindical se identificaba con la “vieja guardia” del tango en referencia a las primeras camadas musicales del género conformadas por criollos e inmigrantes que a su vez fueron una expresión artístico-cultural preponderante de las bases sociales que acompañaron el surgimiento del radicalismo a principios de siglo pasado. Hasta el surgimiento de estos movimientos políticos de masas el sainete criollo y el tango (junto con el carnaval) oficiaron de medios artísticos de representación de la demandas políticas populares obturadas por el poder oligárquico y que fueron canalizadas  por el radicalismo luego de 1916. Silvia Pellarollo analizó la relevancia que adquirieron los sainetes criollos como respuestas estéticas e ideológicas desde los sectores populares a los procesos de modernización ocurridos en el Rio de la Plata entre 1890 y 1916 (Pellarollo, 1997). Considera que esta emergencia formaba parte de procesos de transculturación e hibridación culturales de orígenes rurales y urbanos y que pueden ser comprendidos como formas de resistencia al poder hegemónico oligárquico cuyo proyecto elitista enfrentaba a los sectores populares. La transculturación es entendida como una forma de adaptación cultural pero también de resistencia política y elaboración estética e ideológica por parte de las clases subalternas. La representación teatral por medio de los sainetes aparece hasta por lo menos la celebración de sufragios democráticos en 1916 como una forma de representación político ideológica relevante de las clases subalternas por medio de la carnavalización ante su exclusión en el marco del sistema político oligárquico. Luego de la “década infame” de 1930 las demandas político culturales se expresaron a través del peronismo. Grupos políticos precursores del peronismo y de orientación irigoyenista como FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) contaron entre sus filas a destacados poetas y compositores del tango como Homero Manzi, oriundo de Santiago del Estero. Durante la “década infame” cobraron relevancia los tangos de temática social como los de Discépolo (Yira-yira, Cambalache, etc) o Cadícamo (“Al mundo le falta un tornillo”) que comienzan a expresar en su letras las frustraciones de los inmigrantes que no habían podido ver realizadas sus expectativas en el país. Dichas frustraciones van a formar parte de las demandas sociales que el surgimiento del peronismo va a satisfacer desde un punto de vista discursivo y práctico desde el estado (James: 2010). También va a integrar a las bases sociales de la “vieja guardia sindical” (Torre, 2011) en su proyecto político-cultural y económico y expandir una base social de sustentación más amplia que tenía su origen en la inmigración del interior del país. Dicha expansión social va a generar la preeminencia (incluso en Buenos Aires) de expresiones culturales del interior, como la música folclórica y su reemplazo posterior del tango como expresión cultural mayoritaria de los sectores populares (James, 2010;  Vila, 2000).  Si bien algunos sectores migrantes adoptan inicialmente al tango como medio de identificación con la urbe predominarán luego en ellos las expresiones folklóricas como medios de reconocimiento de sus lugares de origen (Pujol, 2011)  Esta situación será abonada por la mejora social y política que operó en ellos el peronismo. El mismo Discépolo en sus diálogos radiales (“Pienso y digo lo que pienso”) ya en el año 1951 relataba su desacuerdo con la necesidad de continuar con los tangos que expresaban las frustraciones sociales características de los años treinta (Discépolo, 2009). Su discurso originado en la poética tanguera adviene político al incorporar en él la oposición pueblo-oligarquía y al generar un exterior discursivo al mismo de manera análoga y en relación al discurso peronista (Verón-Sigal: 2003;  Svampa: 2010, Laclau: 2008). Dichas oposiciones distintivas desdoblaban y transfiguraban el discurso originalmente integrativo del tango politizándolo. Muchos personajes del tango no adhirieron al peronismo, o bien fueron opositores al mismo o fueron indiferentes pero formaron parte de la configuración sociocultural que le diera orígen. A su vez el peronismo restauró en sus presentaciones públicas simbolismos y actuaciones del tango como las contenidas en sus letras y sainetes criollos, identificando a sectores sociales que excederán a los porteños y que terminarán por rebasar sus propuestas culturales iniciales para incorporar a las del interior del país. Luego de la “Revolución Libertadora” de 1955 que derrocó al peronismo se produce el ingreso pleno del país en el orden internacional de posguerra con sus industrias culturales que junto con el debilitamiento del “pacto social” serán determinantes para la declinación del tango y de la cinematografía nacional en las siguientes décadas..

Conclusiones: nuevos y viejos códigos (el lugar de la ficción en la construcción actual del tango)
El tango a través de sus expresiones masivas configuró un modelo en el que se reconocieron identidades diversas: territoriales, de género y nacionales; pero es a la vez una instancia cultural modelizante para otros discursos, en particular el político ideológico. En este sentido el mundo de la cinematografía permite apreciar las estrechas vinculaciones con la emergencia del peronismo a través de sus temáticas y protagonistas: el mundo del interior, el lugar de la mujer y del patriarcalismo en la sociedad, la historia nacional y la del tango, las relaciones de clase, aparecen junto a otros recurrentes como “leit moiv” en las filmografías de las décadas del 30 al 50. Grupos como Forja y Boedo contaron entre sus filas a destacados representantes del tango, como Homero Manzi y Discépolo, entre otros, cercanos al peronismo. Pero el tango como “modelo cultural” encuentra en el peronismo (aunque dominante) una  expresión  política posible, entre otras. En términos generales si bien el tango presentó aquéllos “tangos malditos” (Horvath, 2008) dominará en sus letras (Mina, 2005) y en sus films (Kriger, 2009) un “apoliticismo” afín con dimensiones discursivas del peronismo y que admitirá distintas traducciones políticas, en las que la acción estatal cobró relevancia en relación al predominio del discurso peronista (James, 2010). A partir de la década del cincuenta la decadencia del tango se halla vinculada con la crisis y transformación de los sectores sociales, políticos y culturales electivamente afines con su surgimiento y desarrollo. También con la incapacidad del género de abarcar a los nuevos sectores sociales (entre ellos a los del interior del país) en su competencia con otros registros estéticos populares,  especialmente durante la década de 1960, como lo fueron el folklore y las músicas juveniles extranjeras introducidas por las industrias culturales (Vila, 2000; Pujol, 2011; Penas, 1998). A partir de entonces decae también el predominio del tango en la cinematografía. Aunque no desaparece, el tango deja de ser un “modelo cultural” en el cual se reconocen diversas identidades populares y experimenta un proceso de diferenciación que encuentra nuevos referentes que ya no poseen el alcance popular de antaño. Proliferan a partir de entonces los debates acerca de la naturaleza del tango “auténtico”, que giran en torno al surgimiento de nuevas estéticas que no logran retomar el impulso congregador de la “edad de oro” del tango, en decadencia. El “renacimiento” del tango tiene lugar a partir de mediados de la década de 1980 pero esta vez como resultado del predominio de baile a partir del impacto cultural que produjo la gira del ballet “Tango Argentino” por Europa y los Estados Unidos. En esta etapa de “renacimiento” del tango que se desenvuelve hasta la actualidad con variaciones se caracterizará por una acentuación de su dimensión performativa-restaurativa entendiendo por ésta a una mayor descontextualización de sus contextos iniciales. Las “conductas restauradas” (Schechner, op cit) en el tango diversificarán sus contenidos de género, clase y nacionales coexistiendo con propuestas performáticas contra-identificadoras y des-identificadoras, como las del tango queer, gay, el tango nuevo-juvenil, tango-protesta y su difusión por nuevos soportes tecnológicos como en el “tango electrónico”. También son otras las temáticas que predominarán a partir de entonces en las letras de los tangos y en la cinematografía que hace referencia directa o indirecta al mismo. Se destacan en un principio las vinculadas al exilio y al regreso luego de la dictadura militar y otras vinculadas al contexto social, político y cultural emergente. Estas nuevas temáticas serán expresión de la cultura urbana rioplatense, de su “autenticidad” en relación a ella, de la jerarquización espacial de Buenos Aires en relación al interior del país y a la naturaleza de sus transformaciones territoriales internas  y como expresión cultural  de la transformación de los roles sociales y familiares. En la filmografía del tango del nuevo siglo se advierte por último una tendencia (que puede ser constatada de manera intertextual) en la que el tango aparece como una dimensión performativa del discurso cinematográfico y que guarda relaciones complejas con la cultura y la política nacional y global. Su declaración por la Unesco (2009) como “Patrimonio de la Humanidad” genera a su vez nuevos interrogantes sobre las potencialidades prefigurativas del tango actual y sobre sus articulaciones con las nuevas formas de dominio poscoloniales que emergieron con la globalización cultural.



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[1]  Considero la definición que de hibridación ofrece García Canclini como “procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas” y al mestizaje como un tipo particular de hibridación étnica; tomando también en cuenta lo que contienen de desgarramiento y que no llega a ser fusionado (García Canclini, 1990)
[2] Se entiende por hermenéutica a las reglas de desciframiento de símbolos (Cfr Ricoeur, 2007)
[3] Schorske Karl (1998); “De Voltaire a Spengler: la idea de ciudad en el pensamiento europeo: de Voltarie a Spengler” en Pensar con la historia. Ensayos sobre la transición a la modernidad, Editorial Taurus, Madrid.
[4] Mario Sabugo distingue doce constelaciones poéticas principales en los tangos de principios de siglo pasado. La señalada oposición barrios-centro aparece como ordenadora del conjunto, como un nodo significativo de las mismas en su ordenamiento poético-espacial (Cfr Sabugo; 2011)

Links con información y obras del autor


XI Debate Tango y Política en el XI Festival Cambalache (Casa del Bicentenario), 24 de marzo de 2016:

Entrevista a Tomás Calello programa "Tramas" de Uni-TV: https://www.uni-tv.com.ar/ondemand/220746810




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Introducción y Capítulo I de mi Tesis de Doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) "Crisis, reconstitución del sujeto y ficcionalidad en el teatro Comunitario y las performances del tango (2001-2014)"

Introducción

La crisis social y política que sacudió al país en el año 2001 puso de manifiesto la emergencia de distintas formas colectivas de enfrentar un contexto adverso. Surgieron en ese entonces alrededor de doscientas asambleas barriales en la Ciudad de Buenos Aires y en otros sitios del Conurbano y del interior del país, conformadas por vecinos de cada barrio; fueron recuperadas por sus trabajadores decenas de fábricas que habían quebrado; se profundizaron los movimientos de trabajadores desocupados por la crisis económica y se desarrollaron redes de trueque que llegaron a incorporar a cientos de miles de ciudadanos en sus intercambios económicos y simbólicos. Estas organizaciones se constituyeron en un medio de reclamo y demandas sociales y políticas, pero también en un ámbito donde desarrollar propuestas autogestivas de carácter social, cultural y productivo. Paralelamente al surgimiento y consolidación de estos movimientos y organizaciones sociales se potenciaron movimientos culturales que hicieron frente a la crisis combinando las dimensiones sociales y políticas, ya presentes en los movimientos urbanos, de una manera novedosa que incorporaba la dimensión estética.  En particular los grupos de teatro comunitario y otras expresiones performáticas,  que mediante una dramaturgia colectiva expresaron poéticamente distintos caminos para solucionar la crisis social, pero fundamentalmente para proporcionar a la sociedad nuevos horizontes de sentido.  Los ciudadanos, además de verse excluidos de los mercados laborales debido a la aplicación de las políticas económicas neoliberales durante las últimas décadas, se encontraron excluidos (quizá lo más importante) de la consideración social.
En esta tesis la visibilización de los excluidos y despojados de los vínculos laborales y sociales aparece como un aspecto básico para el análisis de la poética colectiva y/o grupal  propuesta por los grupos artísticos que son objeto de estudio. En el período signado por la crisis surgieron alrededor de cuarenta grupos de teatro comunitario, que se sumaron a aquellos otros que en número menor a la decena ya existían en el país, y que actualmente conforman (cuando los otros movimientos sociales han declinado ostensiblemente) una extendida red nacional que inspiró también la formación de grupos similares en el extranjero. Estos grupos no solamente se convirtieron en un medio artístico de agregación de voluntades, sino también en una propuesta estética novedosa frente a la crisis de sentido que había experimentado el teatro argentino como expresión (indirecta) de la crisis sociocultural desde fines de la década de los ochenta. Junto a esta estética colectiva se desarrollaron expresiones performáticas y artísticas de raigambre popular, como las performances del tango basadas en el baile, que desarrollaron formas de intervención teatrales y sociabilidades enfrentadas a los circuitos comerciales remanentes, en algunos casos con propuestas críticas.
Esta tesis aborda algunas obras representativas de los grupos de teatro comunitario, de las performances y espectáculos vinculados al tango y de otras manifestaciones artísticas que promovieron, durante el período posterior a la crisis, la reinscripción de sujetos que habían sido despojados de lo más básico de la sociedad, los vínculos sociales. Esta reinscripción de los sujetos se basó (y aún se basa) en una apelación y reelaboración de recursos y lenguajes artísticos tradicionales que prometía superar la crisis de sentido de la dramaturgia, signada durante las décadas anteriores por la apelación a un realismo vanguardista o a las estéticas posmodernas que acompañaron el desarrollo del capitalismo tardío. Las poéticas nuevas que se desarrollan en los grupos de teatro son indisociables de los recursos y medios (escasos desde el punto de vista material) con los que cuentan, pero a la vez pueden apelar a una fuente individual y colectiva de artistas, generalmente vecinos del barrio sin una formación profesional, cuyos recursos expresivos coordinados constituyen una nueva manera de hacer teatro. Con los medios disponibles a su alcance pudo desarrollarse, como plantea Rosemberg (2009), una “estética cartonera” que, además de una reinscripción particular de los sujetos en la sociedad (que puede considerarse modelo para otro tipo de reinscripciones o inclusiones mediante una resocialización estética), aporta a la construcción de una poética que utiliza nuevos recursos críticos para la intervención social en un contexto simbólico englobador  que dificulta el distanciamiento crítico.
Con el fin de analizar las obras de teatro comunitario seleccionadas, se desarrollan en el primer capítulo nociones de la teoría social y cultural que permiten comprender la situación de los grupos teatrales y artísticos analizados en el contexto cultural global del posmodernismo y los dilemas que éste plantea al desarrollo de una dramaturgia nacional “crítica”. Esta última, encarnada en los grupos de teatro comunitario, si bien parte de una reelaboración del realismo, se aleja de toda concepción teatral vanguardista y externa al referente social. Crea al mismo tiempo un mundo ficcional que si bien comparte algunos procedimientos artísticos del posmodernismo (en particular la participación del público en algunas obras o la combinación de recursos expresivos) evita su inmersión total en el medio social ya que dificulta el distanciamiento crítico. Las nociones de las teorías de la performance desarrolladas en este capítulo, junto con las nociones del teatro social, permiten una aproximación a otros medios de crítica y desidentificación social que aparecen en estas y otras obras analizadas del período histórico. En el segundo capítulo se aborda, en base a las consideraciones anteriores y al estudio de la crisis social, el análisis de las obras de teatro comunitario más representativas de los períodos críticos anterior y posterior inmediatos al clímax del año 2001. Dichas obras son analizadas de acuerdo a un determinado prisma, como medios de reconstitución-inscripción subjetiva y corporal a un orden social y político de dominación que aún mostraba los síntomas de la crisis, considerando también sus resistencias a ese orden y sus propuestas de cambio de las relaciones sociales e institucionales. En el tercer capítulo se analiza para el mismo período el desarrollo de otras poéticas de la crisis social, en particular algunas performances y rituales como el baile de tango. Si bien éstas apelaron a la “restauración” de un pasado, lo hicieron como otra forma de reinscripcion subjetiva y corporal de sus practicantes, mediante el despliegue de estéticas (básicamente juveniles) ajenas a los circuitos remanentes del tango que pueden identificarse en el desarrollo del teatro comercial y de revistas posterior a la crisis social. En este caso es evidente la existencia de una tradición cultural del folklore urbano, como es el tango, que pudo ser reelaborada por sus nuevos practicantes, convirtiéndolo en un medio de participación grupal y aún de crítica social. En estas expresiones del tango tiene lugar un “ideal romántico” configurador de sus prácticas y discursos. Otras manifestaciones artísticas de ese período vinculadas al tango, como la aparición de grupos literarios, peñas de cantores y expresiones cinematográficas, convergen también simbólicamente (y mediantes sus específicos lenguajes) con la necesidad de reinscribir a los sujetos “dañados” en un orden social, de restaurar (o bien recuperar) vínculos sociales que se han roto. Estas expresiones dan cuenta de una continuidad en el plano estético con las motivaciones más profundas que animaron el surgimiento y desarrollo de los movimientos sociales finiseculares en la Argentina. En el capítulo cuatro se analizan obras más recientes del teatro comunitario y de performances que dan cuenta de algunas de las transformaciones sociales, espaciales y culturales operadas en el país desde la crisis social hasta la actualidad. En el siguiente capítulo se abordan algunas contribuciones originales, ya no en el plano estético, sino como formas de Intervención Acción Participativas (IAP) que se plantearon durante el período de la crisis y fueron llevadas adelante tanto por el teatro comunitario, en particular por el grupo Los Calandracas del Circuito Cultural Barracas, como por otros no pertenecientes al circuito. Esas contribuciones incorporaron recursos y técnicas dramatúrgicas de intervención social de una manera original, que configuró un aporte e incluso una superación de las dramaturgias realistas de intervención social previas, como el Teatro Épico y el Teatro del Oprimido. En el último capítulo se analizan los alcances de técnicas de intervención basadas en el psicoanálisis como la Tango-Terapia o en el psico-sociodrama, otras derivaciones de la reconstitución del sujeto en la etapa posterior a la crisis y de la modificación de las relaciones entre los géneros. Por último, en las conclusiones se repasan los aportes estéticos y sociales del teatro comunitario y de las performances que retomaron los retazos de los grupos artísticos callejeros, de los movimientos sociales urbanos y de las tradiciones estéticas locales  en el camino de la construcción de una poética crítica original y superadora en la dramaturgia nacional.


Capítulo I. Abordajes teóricos y metodológicos para el análisis del Teatro Comunitario y las Performances

1.1  Metodología

Para el análisis de las obras pertenecientes al teatro comunitario se ha seleccionado un corpus compuesto por obras representativas de cada período considerado. Se han seleccionado para su análisis preferentemente, aunque no de manera exclusiva, obras de teatro comunitario y performances que poseen una temática vinculada al tango. Ello se debe a que el tango provee una base para la “restauración de conductas”  (Schechner, 2011) y su reelaboración en un nuevo contexto. También ofrece una base comparativa entre distintos contextos históricos y espaciales para el análisis de las creencias sociales y su vinculación con los contextos comunitarios, sociales y políticos. Se analizan las obras surgidas en el contexto posterior a la dictadura militar (1983) y particularmente las comprendidas desde la crisis social y política acaecida en el año 2001 hasta el año 2014, sus relaciones y discontinuidades. El estudio de los cambios al interior del género dramático  se realiza tratando de explicar sus transformaciones en relación a la historia externa, con el referente social de las obras y performances abordadas, y por lo tanto en relación al contexto. Se toman en cuenta para este fin los estudios de performance que a partir de Turner (1982; 1988) y Schechner (1987; 2000; 2011) permiten un abordaje de los dramas sociales,  considerando que los mismos presentan cuatro etapas (ruptura, crisis, conciliación y resolución o aceptación de la no resolución) y abren la posibilidad de restaurar y/o modificar conductas en relación a sus contextos de surgimiento.
Con el fin de analizar las manifestaciones escénicas seleccionadas se emplea el método cualitativo basado en la recolección de datos mediante la transcripción de los repertorios, realizada durante ensayos y puestas en escena, la observación y los testimonios de informantes clave y del público asistente, con el fin de analizar los contenidos y (de manera indisociable con ellos) sus efectos sobre el contexto. El análisis de los contenidos se realiza mediante la lectura e interpretación de guiones y obras seleccionadas como así también mediante la utilización de fuentes documentales y bibliográficas existentes sobre el corpus seleccionado. En algunos casos se complementa la información mediante el testimonio de los directores de las obras.   Para analizar algunas performances se emplean el método biográfico y las historias de vida con el fin de dar cuenta de la inmersión de los protagonistas en las obras y sus efectos sobre los mismos. Estos casos fueron abordados mediante una combinación de métodos etnográficos (entrevistas y observación) e interpretativos (perspectiva del actor y evaluación subjetivo-narrativa de sucesos vitales) para la realización de historias de vida (Sautu, 2004).  También se apela como fuente de datos al testimonio de informantes clave, a la descripción etnográfica de los escenarios en que se desarrollaron las obras y al análisis de documentos visuales y escritos (particularmente en lo referente a las obras del repertorio y a las intervenciones que no tuvieron reposición o que no cuentan con guiones), asumiendo con Taylor (2011) que la memoria corporal no puede registrarse por medio de ellos aunque los mismos registros visuales pueden ser utilizados en una performance. Otra fuente complementaria de datos está conformada por las críticas y análisis periodísticos realizados sobre el repertorio. En algunos casos analizados (peñas de tango) se ha apelado a la observación participante como metodología de investigación y a la utilización del ensayo social como medio de trasmisión del conocimiento acumulado por la experiencia y observación del investigador en el campo. Las dimensiones principales que son empleadas en los casos seleccionados son las de restauración (Schechner, 2011; Taylor, 2011); prefiguración (Ricoeur, 2007 y 2008;  White, 2010 y 2011, Adorno, 1984) y de identificación-desidentificación (Jameson, 2013; Eagleton, 2013;  Brecht, 1948; Huyssens, 2006; Barthes, 1977, 2008 y 2009; Muñoz, 2011). Asimismo, las subdimensiones consideradas son: las biografías como hechos histórico-sociales,  las relaciones de género, grupo y clase social, relaciones familiares y afectivas, imaginarios y construcciones sociales, relaciones territoriales y relaciones políticas. La restauración de conductas por medio de las performances (Schechner et al., 2011) toma en cuenta hitos temporales considerados significativos para el análisis de sucesos históricos y biográficos. Se considerará el renacimiento del tango que tuvo lugar luego de la dictadura militar (1976-1983)  en Argentina como base comparativa para enriquecer la comprensión de las performances del tango luego de la crisis social y política del año 2001.
En las primeras secciones se contextualiza el lugar de la estética en el marco del capitalismo tardío, junto al desarrollo del teatro en el contexto local-nacional,  con el fin de realizar un análisis de las dimensiones consideradas sobre un conjunto de expresiones artísticas que se manifestaron luego de la crisis:  los grupos de teatro comunitario “Teatral de Barracas”,  “Los Villurqueros” de Villa Urquiza, “Res o No Res” de Mataderos, “Almamate” de Flores y “Matemurga” de Villa Crespo; los grupos performáticos urbanos “Impacto Teatral” y “Tango Protesta”, algunas obras dramatúrgicas de grupos literarios como “Marea”,  los casos de los “Taxi-Dancers”, “Tango Queer”, “Tango Terapia”,  peñas de tango y el análisis de algunos films vinculados al tango estrenados durante la última década para esbozar finalmente propuestas de intervención socio-dramáticas basadas en  antecedentes de su diseño para políticas públicas y en las experiencias analizadas.  

1.2 La espacialidad en el contexto posmoderno

La espacialidad experimentó durante las últimas décadas una serie de profundas transformaciones que David Harvey analiza en el marco de las modificaciones socioculturales y políticas del capitalismo actual. La “condición posmoderna” y su lógica cultural inherente (Jameson, 1994, 2013; Harvey, 2004, 2010; Comaroff J.L y Comaroff J, 2009; Mc Kenzie, 2011) tiene consecuencias sobre las formas y sentidos que adquieren las escenificaciones comunitarias y las intervenciones performativas en el espacio urbano poscolonial. Esta sección estará encaminada a desarrollar la lógica cultural posmoderna y su relación con el despliegue de nuevas concepciones estéticas y colectivas vinculadas al teatro.
      Según Jameson el posmodernismo es la lógica cultural predominante del capitalismo tardío y posee como características relevantes el predominio de la espacialidad sobre la temporalidad y la fragmentación de los significantes en un presente que aparece sin solución de continuidad (Jameson, 1994). Estas características influyen sobre la subjetividad, en particular sobre el “descentramiento del sujeto”, y limitan el ensayo de las críticas estéticas basadas en el distanciamiento, a diferencia de lo que sucedía en el modernismo tardío donde tenían como marco de posibilidad la existencia de una exterioridad constitutiva (espacial y social) al capitalismo. Las alternativas político-culturales que prevalecieron hasta el advenimiento y predominio de la lógica cultural posmoderna se enfrentan a nuevas condiciones culturales –como la subordinación de la temporalidad a la espacialidad–  planteando nuevos desafíos a las estéticas críticas  Estas características de la lógica cultural posmoderna  son relevantes a los fines de comprender el status de las escenificaciones que son el objeto de estudio de la tesis. Jameson aclara que la hegemonía cultural posmoderna no significa sugerir una homogeneidad cultural masificada e uniforme del campo social, sino más bien su coexistencia con otras fuerzas resistentes y heterogéneas que la lógica cultural posmoderna tiende a dominar e incorporar (Jameson, 1994: 176). También Renato Ortiz señalaba desde otra perspectiva que el poder surge como algo interno al orden de la mundialización y que los consumos culturales globales se basan en procesos de desterritorialización que poseen una base local. La emergencia de una cultura global (dominada por el idioma inglés articulado con los dialectos e idiomas nacionales) demanda por lo tanto el desarrollo de una “hegemonía internacional popular” por parte de las clases subalternas  (Ortiz, 1994). . En el contexto posmoderno  la “distancia crítica” de las políticas culturales de izquierda aparece como anacrónica debido a la colonización capitalista de todos los espacios, ya se trate de los espacios precapitalistas, de la naturaleza o del inconsciente. Andreas Huyssen en su análisis del  posmodernismo y la cultura de masas revaloriza la identificación, en particular con las víctimas, en el nuevo contexto histórico social cuestionando los alcances críticos actuales de las estrategias de distanciamiento estético  (Huyssen, 2006)
Como se verá más delante, también se desprende de los análisis de David Harvey sobre la lógica cultural posmoderna en una etapa posterior de su desarrollo (que vinculan el predominio de la espacialidad a la regulación de los procesos de acumulación del capital a escala global) un cuestionamiento a las  formas estéticas críticas que caracterizaron a la modernidad.
La espacialidad urbana que se despliega con la posmodernidad a partir de los nuevos desarrollos de la arquitectura (que  ejemplifica el lugar de la estética en los procesos de reproducción del capital) y el planeamiento urbano constituyen una mutación del espacio construido (Jameson, 1994: 64). La alteración del pasado como retromanía en los espectáculos sustituye a la verdadera historicidad, como un simulacro en el que se diluye el influjo de la historia (Reynolds, 2012). Sobre este paisaje espacial, la historicidad es reconstruida como un simulacro que detiene el influjo de la historia y cuyas reglas procedimentales se hallan presentes tanto en la espacialidad urbana como en la del espectáculo (en particular con el predominio del video clip a partir de los años ochenta, y de la Internet a partir de los noventa). Su significación para las escenificaciones teatrales es analizada en las performances abordadas como objeto de estudio de la tesis, en particular en aquéllas en las que se interrelacionan la producción de simulacros con la “exotización” o las construcciones de otredad en contextos poscoloniales. Una mutación del objeto que no fue acompañada de una mutación del sujeto, ya que de acuerdo con Jameson el “hiperespacio” resultante de las mutaciones espaciales del capitalismo tardío requiere de un desarrollo de cualidades sensoriales y perceptivas que no se habían desarrollado hasta ese momento. Tomando en cuenta la mutación de la función social de la cultura en el capitalismo tardío, el análisis de Jameson recae sobre la permanencia del carácter “semiautónomo” de la cultura con respecto a la esfera económica que había sido su condición de posibilidad durante la modernidad tardía. La pérdida de autonomía de la cultura no significa su desaparición; por el contrario, debe ser pensada como una difusión de la esfera cultural por todo el espacio social (Jameson, 1994: 74). Esta “explosión” de lo cultural en lo social, ya se trate del espacio económico, del poder estatal o de la psique, es consistente con una sociedad de la imagen o del simulacro y con la transformación de lo “real” en una serie de pseudo-eventos. Por más diferentes que fueran entre sí las políticas culturales de la izquierda, (ya se tratara de la negatividad, la oposición y subversión, la crítica y la reflexividad) compartían el supuesto venerable de la “distancia crítica” con respecto a la cultura. Pero fue justamente la distancia en general, y en particular la estética, la que fue abolida en la lógica cultural posmoderna. Nuestros propios cuerpos están inmersos y desprovistos de coordenadas mas allá de la expansión del capital multinacional que acabó penetrando los espacios que ofrecían una base extraterritorial para la crítica. Este nuevo espacio global y original no es meramente una ideología cultural o una fantasía, sino una realidad genuinamente histórica y socioeconómica  multinacional. El “momento de verdad” de la tercera gran expansión original del capitalismo a partir de las expansiones anteriores de los mercados nacionales y del imperialismo que tenían sus propias especificidades culturales y generaban nuevos tipos de espacialidad apropiadas a sus dinámicas (Jameson, 1994). Jameson propuso a partir de sus análisis un modelo cultural que pusiera en evidencia las dimensiones cognitivas y pedagógicas del arte y sus relaciones con la cultura política. Este modelo tiene sus raíces fundamentales en las teorías de Bertold Brecht y Giorgy Lúkacs para los momentos del modernismo y del realismo respectivamente.  Adecuando esas perspectivas como un modelo de cultura política apropiado al capitalismo tardío, y por lo tanto considerando el espacio como la cuestión organizativa fundamental del mismo, denomina a este modelo “mapeamiento cognitivo”.
Una estética del mapeamiento cognitivo  busca dotar al sujeto individual de un sentido más aguzado de su lugar en el sistema global mediante una política cultural y pedagógica. Ella debe basarse sobre formas radicalmente nuevas de concebir la representación, a sabiendas de que el mundo social y espacial circundante es irrepresentable en su totalidad pero no incognoscible; como una manera de salvar la brecha entre las experiencias individuales de la vida cotidiana y el conocimiento abstracto, recolocando el análisis de la representación en un nivel más alto y complejo. El “mapeamiento” en el nuevo contexto espacial posmoderno consiste en nuevas formas de abordaje de la representación de la (nueva) realidad para no distraer ni  desviar de esa realidad o recaer en otra forma de mistificación. Tomando como modelo la obra del arquitecto Kevin Lynch, en particular The Image of the City, Jameson sugiere procedimientos de desalienación urbana que permitan a los sujetos una reconquista práctica de su reubicación espacial y que puedan ser retenidos en la memoria para poder mapear o re mapear en cada momento trayectorias variables y opcionales (Jameson, 1994: 77). Los problemas empíricos que planteaba Lynch a  partir de la imposibilidad de las personas de mapear en sus mentes su propia posición en redes urbanas, como en la ciudad de Jersey, converge con la redefinición althusseriana y lacaniana de ideología como representación imaginaria de los sujetos con sus condiciones reales de existencia. El mapeamiento cognitivo debe permitir a los sujetos una representación situacional más estrecha en relación a estructuras más vastas e irrepresentables como son las estructuras sociales en su totalidad. En los trabajos de Lynch, las cartografías constituyen un trabajo clave para esa mediación aunque los sujetos de sus análisis siguen más bien trayectorias espaciales difusas, semejantes a operaciones pre-cartográficas, como itinerarios o cartas de navegación. Las analogías de Lynch permiten a Jameson pensar el mapeamiento cognitivo trascendiendo las posiciones empíricas del sujeto y en relación a los hitos espaciales urbanos para incorporar instancias referenciales abstractas de totalidad geográfica ejemplificadas en la evolución de los instrumentos de navegación (Jameson, 1994: 77). La concepción althusseriana de ideología permite repensar estos problemas geográficos y cartográficos en términos de espacio  social, como formas de diseños cognitivos por medio de los cuales los sujetos transcodifican sus relaciones sociales individuales con sus realidades de clase locales, nacionales e internacionales. La nueva dialéctica representacional que Jameson proponía para abordar la complejidad dinámica de los lenguajes en la posmodernidad, caracterizados en términos generales por el predominio mediático e icónico pero carentes de una jerarquía representacional definida, deberá ser capaz de “comenzar nuevamente a entender nuestro posicionamiento como sujetos individuales y colectivos y recuperar nuestra capacidad de decir y luchar que esta hoy neutralizada por nuestra confusión espacial y social” (ibid: 79).
Una aproximación fundamental que tiene como base esa línea representacional renovadora es el análisis de David Harvey sobre la compresión espacio-temporal que genera el capitalismo actual en relación a los límites que encuentra la acumulación de capitales a nivel global y el modo específico en que las estéticas y políticas se insertan en la misma. La especificidad  que dichas lógicas adoptan en el contexto poscolonial de inserción en el capitalismo global se hallan en relación a las respuestas performáticas posibles como procesos políticos de construcción identitaria.


1.3 La compresión espacio-temporal y su incidencia en los procesos culturales

En La condición de la posmodernidad David Harvey continúa con la perspectiva de Jameson que concibe a la transformación  posmoderna como una crisis de nuestra experiencia del espacio y del tiempo. Según dicha perspectiva las categorías espaciales pasan a dominar a las temporales mientras que ellas mismas resultan transformadas y generan dificultades para los hábitos de la percepción (formados en el alto modernismo) en la nueva realidad hiper espacializada. Harvey ofrece una explicación que intenta dar “cuenta del espacio y el tiempo de la vida social de manera de iluminar los nexos materiales entre los procesos económicos políticos y los culturales” (Harvey, 2004: 225). Reconociendo la articulación de sentidos temporales diversos que coexisten en la sociedad, resalta la materialidad de las prácticas sociales como fundamento de la espacialidad. Poniendo en tela de juicio la idea de un sentido único y objetivo del espacio y del tiempo, plantea que las múltiples cualidades objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar son el resultado de las prácticas humanas que sirven para reproducir la vida social. Desde esta perspectiva, cada formación social particular encarna un conjunto de prácticas y conceptos del espacio y del tiempo. Los conflictos, sostiene Harvey, no surgen solamente de las distintas apreciaciones subjetivas del espacio y del tiempo sino de sus cualidades materiales objetivas que son consideradas decisivas para la vida social en situaciones diferentes. En términos generales la herencia cultural de Occidente privilegió el análisis de la temporalidad por sobre la espacialidad, ya que la misma en las formulaciones de Marx, Weber, Smith y Marshall era considerada una dimensión implícita,  algo contingente y no fundamental para la acción humana. La tematización del progreso como una categoría fundamental de la teoría social para comprender los procesos de modernización llevaba implícita la primacía de la temporalidad.
La teoría estética, a su vez, se ocupa fundamentalmente de la espacialización del tiempo.  Las formas de representación no pueden sino plasmarse en un plano del ser frente al devenir de los sucesos.  Toda forma estética demanda una espacialización, ya se trate de la escritura o de las imágenes en las que se plasma el devenir de las experiencias. Estas apreciaciones cobran relevancia en el marco de la perspectiva teórica y política de Harvey sobre la expansión y los límites de la acumulación capitalista. La política cultural aparece de esta manera inscripta en la necesidad de regulación derivada de la expansión económica del “nuevo imperialismo” y de la aceleración de los tiempos de rotación del capital que surge como consecuencia de los procesos de flexibilización productiva. En el nuevo imperialismo ya no persisten territorios que puedan ser incorporados a la acumulación capitalista global, por lo que el espacio y el tiempo experimentan una redefinición mediante su compresión articulada a los procesos comunicativo-tecnológicos y especulativos del capital financiero (particularmente en el sector inmobiliario) que se convierte en el eje de la acumulación. El acelerado devenir de la temporalidad dictado por la reducción de los tiempos muertos productivos encuentra en la estética –que tiende a “imaginar” el tiempo –un medio de regulación por medio del predominio icónico. La búsqueda de belleza inherente al arte significa también la persecución de una trascendencia temporal que encuentra en la arquitectura posmoderna su plasmación espacial. De todo ello resulta un carácter efímero y fragmentario de las experiencias que las concepciones posmodernas tienden a celebrar y asumir como propias. En relación al predomino de la espacialidad, Harvey sostenía que la combinación de cine y  música ofrecen un poderoso antídoto frente a la pasividad espacial del arte y la arquitectura, pero que la carencia de profundidad del cine limitado a una pantalla o escenario nos recuerda que él también se halla limitado a la espacialidad de una manera peculiar.
Puede agregarse que junto al cine (que ha experimentado transformaciones tecnológicas de importancia en la última década, como la incorporación de la tridimensionalidad) la música, si bien tiene como condición de posibilidad la extensión espacial para su trasmisión física, es un arte básicamente temporal fundado en la percepción y manejo de tensiones y expectativas (Rowell, 2005). Sus potenciales prefigurativos y críticos en algunas de sus manifestaciones ya fueron señalados por Adorno (Buck Morss, 2011; Jay, 1989; Fehér, 1989). Lo mismo puede decirse en relación a la capacidad prefigurativa de la escritura y su constitución  de la temporalidad subjetiva y social (Ricoeur, 2007; 2008). Es decir que el predominio icónico coexiste con manifestaciones estéticas que articulan la temporalidad con la textualidad y la sonoridad de manera compleja. Harvey sostenía que
“hay mucho que aprender de la teoría estética acerca de cómo las diferentes formas de espacialización inhiben o facilitan los procesos de transformación social. Recíprocamente hay mucho que aprender de la teoría social en cuanto al flujo y la transformación con los que debe enfrentarse la teoría estética. Es posible que al poner en relación estas dos formas de pensamiento, podamos entender mejor las formas en que el cambio económico-político plasma las prácticas culturales” (Harvey, 2004:  232).

Esta vinculación le permite analizar la estetización de la política. También le permite afirmar que la disolución de los conflictos de clase en conflictos geopolíticos no constituye un mero accidente, sino que tiene su raíz en procesos económico-políticos por medio de los cuales el capitalismo impulsa configuraciones geográficas de desarrollo desigual y combinado. Dichos procesos suponen la búsqueda de una serie de estabilizaciones espaciales ante el problema de la hiper acumulación.  Estos procesos de estabilización son acompañados  por la estetización de la política y es desde esta perspectiva que es posible combinar la teoría estética y la social sobre la naturaleza y el significado del espacio y el tiempo (Harvey: 235). Harvey (junto con Eagleton) enjuicia críticamente el posmodernismo al considerar que la estetización de la política es celebrada por dicha corriente teórica en su irracionalismo y que menosprecia la historia y la convierte en un simulacro que es resultado del relato de personajes carismáticos. En el caso de Hyden White su abordaje de la historia como “realismo figural” intenta fundamentarse desde un registro tanto lógico como tropológico, al mismo tiempo que rescata algunas consideraciones marxistas. Su  crítica del distanciamiento de la historia presente en Barthes (y en Brecht) lo ubican en una relación heterodoxa con el marxismo, al mismo tiempo que en un contexto histórico en el que las “distancias críticas” en relación a la cultura parecieran abolirse (White, 2010:73-94). Esta aproximación, si bien converge con la de Jameson, es más el resultado de una postura epistemológica “emic” que de un posicionamiento crítico del posmodernismo.
En la próxima sección se retoma  el análisis de Harvey sobre la significación social del espacio y del tiempo con el fin de extraer algunas consecuencias estéticas y políticas en el plano de la representación escénica.

1.4 La configuración espacio temporal de la vida social

En el nuevo contexto la modernización implica la desorganización constante de los ritmos espaciales y temporales. En particular, aunque no de marea excluyente, la división e indiferenciación actuales entre actividades hogareñas y laborales. La opacidad resultante del fetichismo actual en que se desenvuelve la vida cotidiana coloca como principal contradicción del capitalismo a la relación entre apariencia y realidad (Harvey, 2010). El modernismo  como respuesta cultural se plantea (como en otros períodos históricos previos) la reconstitución del sentido frente a la fragmentariedad y provisionalidad de las experiencias promovidas por la modernización actual. El sentido del espacio viene dado por la especificidad de las prácticas sociales a partir de las cuales se origina. Al mismo tiempo dicho espacio puede definir relaciones entre personas, actividades, cosas y conceptos. Las representaciones espaciales son producto y producción mientras que sus reorganizaciones indican un cambio de las relaciones sociales. “En el capitalismo”, sostiene Harvey, “a causa de su tendencia a la fragmentación y a lo efímero la dificultad consiste en encontrar en medio de los universales de la monetización, el mercado de valores y la circulación de capital, una mitología estable expresiva de sus valores y sentidos intrínsecos” (Harvey, 2004:241). Dichas mitologías quedan ilustradas por Harvey de manera patéticamente simbólica en los casos de la estética nazi o del mito maquínico como respuestas al cambio histórico y geográfico. Pero también en estetizaciones menos radicales como la evocación de la tradición, de la memoria colectiva, de la región y el lugar o de la identidad cultural.
Existe también, señala Harvey citando a la poética del espacio de Bachelard, un espacio de la imaginación que no se reduce a la extensión o al espacio afectivo de los psicólogos ya que de acuerdo con el pensador francés “creemos conocernos a nosotros mismos en el tiempo cuando en realidad lo único que conocemos es la secuencia de fijaciones a los espacios de la espacialidad del ser. Los recuerdos son inmóviles y cuanto más firmemente estén establecidos en el espacio más sólidos resultan” (Harvey, 2004: 241). Lo mismo que en Heidegger, el espacio contiene tiempo comprimido, siendo que el espacio principal de la memoria es la casa, ya que en ella hemos aprendido a soñar e imaginar. La protección hogareña es el lugar donde comienza la vida y en el que a través de los sueños las diversas moradas de la existencia se interpenetran y retienen los tesoros de los días pasados. De esta manera, el ser  sumergido en la memoria espacial inmemorial trasciende el devenir y encuentra todos esos recuerdos nostálgicos de un mundo infantil perdido. ¿Acaso es éste el fundamento de la memoria colectiva para todas aquéllas manifestaciones de nostalgias ligadas al lugar que impregnan nuestras imágenes del campo y la ciudad, de la región, del medio y la localidad, del vecindario y la comunidad? (Harvey, 2004: 243). Este interrogante podemos aplicarlo a las manifestaciones nostálgicas, que como las del teatro comunitario y el tango, se hallan presentes en las representaciones y performances estudiados. 

1.4.1 Identidad del yo y el “retorno de lo reprimido”

Anthony Giddens, por su parte, abordó las implicancias que tiene la profundización de la modernidad y la difusión de los sistemas expertos en la identidad del yo (Giddens, 1997). Estos análisis son de utilidad a los fines de comprender los procesos de reconstitución de la subjetividad que por medio de la participación en expresiones dramatúrgicas comunitarias se desarrollaron en el país  luego de la crisis social. Giddens considera las transformaciones que experimenta la identidad del yo ante el desarrollo de los sistemas abstractos modernos, y el riesgo e incertidumbre social que genera para la “seguridad ontológica” de las personas. La especialización de funciones y el desarrollo de los sistemas expertos, a pesar de que conforman ámbitos de certeza específicos, dejan sin embargo una importante franja de incertidumbre social sin resolver a los sujetos. Giddens tiene en cuenta en este contexto con sus consecuencias negativas también las posibilidades de transformaciones individuales y del desarrollo de una “política de la vida” como resultado de una profundización de los procesos modernizadores y de sus efectos sobre las instancias yoicas y de la intimidad:
En la modernidad reciente la influencia de acontecimientos distantes sobre sucesos próximos o sobre la intimidad del yo se ha convertido progresivamente en un lugar común. Los medios de comunicación impresos y electrónicos desempeñan obviamente un papel principal en este punto (Giddens, ibid: 13)

En este contexto, debido a la pluralidad de ámbitos de acción y a la diversidad de autoridades que interpelan a los sujetos, la elección de un estilo de vida y la planificación de la vida como resultado de la especialización se convierten en un rasgo central de la estructuración del yo: 
Las divisiones de clase, y otras áreas fundamentales de desigualdad, como las relacionadas con el género o la etnicidad pueden definirse en parte en función de la diferente posibilidad de acceder a las formas de realización del yo y capacitación…No debemos olvidar que la modernidad crea diferencia, exclusión y marginalización. Las instituciones modernas al tiempo que ofrecen posibilidades de emancipación, crean mecanismos de supresión más bien que de realización del yo. (ibid: 14)

Estas divisiones y diferencias aparecen en las expresiones artísticas analizadas como medios reflejos del yo, entre la intimidad y su presentación en sociedad, como manifestaciones públicas de la intimidad social. Vivir en el mundo actual significa para Giddens la necesidad por parte de los sujetos de solucionar un conjunto de dilemas con el fin de preservar una crónica coherente de la identidad del yo. En principio debe hacer frente a las tendencias unificadoras y fragmentadoras de la experiencia, a la presentación de su yo en múltiples circunstancias. Esto para Giddens no significa necesariamente (frente a las hipótesis postestructuralistas del descentramiento del sujeto) una desintegración del yo, sino que al menos en algunas circunstancias puede favorecer una integración del mismo. “Una persona puede aprovecharse de la diversidad de circunstancias para crear una identidad propia específica que incorpore de manera favorable elementos de diferentes ámbitos en una crónica integrada”  (ibid: 241-242). Pero los peligros que entraña este dilema son, en el caso de la unificación, la construcción de la personalidad en función de la identificación del sujeto con un conjunto de compromisos fijos conformando un tradicionalismo rígido, o bien en el otro extremo de la fragmentación la construcción de una identidad caracterizada por un conformismo autoritario a las diversas situaciones. En ambos casos la base de la seguridad ontológica de las personas es frágil ya que la seguridad en la identidad de su yo depende de que otros consideren sus comportamientos apropiados o razonables, es decir, de las  miradas ajenas (Ibid: 243).
Otro de los dilemas a los que se ven enfrentados los sujetos se relaciona con los sentimientos de impotencia frente a los de apropiación: el desarrollo de los sistemas abstractos que como partícipes fundamentales de un proceso de modernidad radicalizada despojan a  los sujetos del saber sobre el manejo de los mismos. También las crisis recurrentes tienen un efecto sobre la seguridad ontológica de las personas, ya que tienen como correlato el secuestro de la experiencia y del desarrollo de relaciones puras, internamente referenciadas, basadas en la seguridad, la confianza y la intimidad, que poseen una frágil base de sustentación en el tiempo. Frente al “despojamiento” de la personalidad que efectúan los sistemas abstractos (Giddens, 1997), pero también en relación a la pérdida de certidumbres y derechos sociales,  los sujetos intentan distintas formas de reapropiación de los vínculos sociales, de recursos materiales, de sentido y políticos. La reconstitución del yo social se desarrolla en todos esos planos. Muchas de esas formas de reapropiación individual, social, laboral, y también ritual, tuvieron lugar con el desarrollo de los movimientos sociales urbanos, y en particular de las expresiones artísticas que fueron objeto de análisis. Giddens sostiene que la transformación de la intimidad tiene su propia reflexividad y sus formas peculiares de orden referencial interno como un extremo de la interacción entre lo “local” y lo “global”. Los procesos de reapropiación y capacitación, tanto si se refieren a la vida personal como a un medio social más amplio, se entrelazan con los de despojamiento y pérdida. Puede considerase entonces que junto al desarrollo de la crisis social y a la difusión de los medios abstractos, los sujetos personales y sociales han desarrollado nuevas estrategias artísticas y cognitivas de reapropiación, que implican a su vez nuevas relaciones entre su intimidad y sus presentaciones en sociedad.
El tercer dilema opone la autoridad a la incertidumbre. La multitud actual de demandantes de autoridad coloca a la vida social y a los sujetos en un estado de incertidumbre que afecta al yo. Los saberes especializados no alcanzan a generar las certidumbres necesarias para su comportamiento ya que no hay autoridades que cubran los diversos campos del conocimiento experto, en tanto que las autoridades tradicionales han pasado a ser una más entre tantas. Este dilema, si bien es característico de la modernidad, puede generar tanto formas de resolución basadas en la sumisión servil de las personas ante la incapacidad de aceptar la existencia de autoridades en conflicto, como estados patológicos e inmovilizantes ante la duda (Giddens, 1997:249). Por último se presenta el dilema entre la experiencia personalizada y la experiencia mercantilizada, ya que de acuerdo con Giddens el establecimiento de modos de consumo estandarizados, fomentados por la publicidad y otros métodos es fundamental para el crecimiento económico e influye en todos estos sentidos en el proyecto del yo y en la internalización de estilos de vida. Más adelante se lee:
No sólo los estilos de vida, sino la realización del yo quedan empaquetados y distribuídos según criterios de mercado. Los libros de ayuda propia como Self Therapy se encuentran en una posición precaria frente a la producción mercantilizada de la realización del yo. Tales libros se apartan de alguna manera del consumo estandarizado y empaquetado. No obstante en la medida en que se venden como teoremas previamente elaborados para dar respuesta a la pregunta de cómo salir adelante en la vida  acaban cayendo en el mismo proceso al que nominalmente se oponen (Giddens  1997: 251).

Tanto los análisis de Eva Illouz sobre la introyección de las “emociones ficcionales”, que se verán en la próxima sección, como los de Giddens sobre la mercantilización del yo sugieren la necesidad de generar formas de apropiación singulares de los relatos autobiográficos que puedan desidentificarse de las interpelaciones de sujeto originadas en la publicidad. Giddens plantea que “debemos entender los procesos de individuación sobre ese complicado trasfondo. El proyecto reflejo del yo es por necesidad en cierto modo, una lucha contra las influencias mercantilizadoras aunque no todos los aspectos de la transformación en mercancía le sean hostiles” Giddens, 1997: 253). Uno de los aspectos negativos de la mercantilización del yo, sostiene Giddens, es el narcisismo, es decir el fomento de la apariencia en el ámbito del consumo y el desarrollo del yo en función de su exhibición. El trasfondo de todos estos dilemas, a los cuales se ve enfrentado el desarrollo del yo en la modernidad tardía o bien en el capitalismo tardío con su desarrollo de los sistemas abstractos, es la falta de sentido con el predominio de los sistemas internamente referenciales. Giddens plantea que cuanto más abierto y general  sea el proyecto reflejo del yo, en la medida en que se despoja progresivamente de fragmentos de la tradición, tanto más probable será un retorno de lo reprimido en las instituciones modernas.
Este retorno de la reprimido como respuesta al predominio de los sistemas internamente referenciales que aseguran (provisoriamente) la confianza básica de los sujetos se expresa en la aparición de nuevos rituales y en la reaparición de otros, de nuevos movimientos sociales, en la reconstitución de la tradición, en el resurgir de la fe y de las convicciones religiosas, en el desarrollo de nuevas formas de religión y espiritualidad y en el corazón mismo del comportamiento sexual, ya que si bien la pasión se ha privatizado “la sexualidad repudia y al mismo tiempo sustancia el compromiso de la vida humana con ciertas condiciones y experiencias moralmente trascendentes” (Giddens, 1997: 260).  Giddens plantea que en general puede rastrearse un regreso de lo reprimido en los esfuerzos por promover la excarcelación en los diferentes terrenos, desde el institucional hasta las instancias más profundas del yo y la intimidad. Sostiene además que se trata no sólo de la continuación del dinamismo sin fin de la modernidad, sino de cambios fundamentales que son el presagio de transformaciones estructurales más profundas

… la expansión de los sistemas internamente referenciales alcanza los límites extremos en el plano colectivo y en la vida de cada día, las cuestiones morales/existenciales pasan a ocupar una posición central. Al agruparse en torno a procesos de realización del yo, y a pesar de que se extienden hasta afectar a fenómenos globalizadores, tales cuestiones exigen una reestructuración de las instituciones sociales y plantean problemas de naturaleza no simplemente sociológica sino política (Giddens, 1997: 263)

Estas definiciones resultan útiles a los efectos de considerar las mutaciones expresivas de las manifestaciones dramatúrgicas y artísticas del contexto de crisis y posterior al mismo en las que se inscriben los relatos autobiográficos de una manera particular. El desarrollo del  teatro comunitario,  de las performances del tango y de otras expresiones artísticas que surgieron luego de la crisis social aparecen como formas  de reencantamiento secularizadas que permiten una reinscripción ritual de los sujetos como retorno de lo reprimido.

1.5 Las teorías de la performance y los procesos de identificación-desidentificación culturales en el marco del capitalismo tardío

Por medio de la utilización de tres nociones de las teorías del performance, de la antropología social y de la crítica cultural se intenta dar cuenta de las escenificaciones estudiadas (y de otras manifestaciones estéticas asociadas) como prácticas político-culturales. Las mismas son las de “restauración” desarrollada por Robert Schechner, las de “identificación-desidentificación” de Carmen Bernand y José Muñoz y la de “prefiguración” que tiene su origen en las obras de Theodor Adorno y de Paul Ricoeur. Tanto la dimensión restaurativa de las performances, asociada a sus memorias históricas, estéticas y culturales, como los procesos de identificación social, que remiten a un plano temporal sincrónico, o los prefigurativos coexisten en las manifestaciones estéticas y en diversos momentos históricos de su desarrollo, aunque, como veremos, dichas dimensiones cobraron y cobran mayor relevancia en cada uno de ellos. Acerca de la naturaleza del mundo simbólico y en relación a la interpretación freudiana, Ricoeur se preguntaba si el símbolo podía considerarse únicamente como vestigio y si no sería también aurora de sentido, como prefiguraciones. (Ricoeur, 2007). Richard Schechner (2011), en diálogo y complementación con la antropología de Víctor Turner, considera la posibilidad de desarrollar una semiótica de la performance que parta de una base inestable o de un fundamento de tensiones. En la práctica teatral plantea el proceso de deconstrucción-construcción bajo el concepto de “conducta restaurada”. Para Schechner se trata de restaurar mediante la performance secuencias de conductas que ofrecen a individuos y grupos “la posibilidad de volver a ser lo que alguna vez fueron o, incluso, con mayor frecuencia de volver a ser lo que nunca fueron pero desearon haber sido o llegar a ser” (Schechner, 2011: 39). Las secuencias de conductas restauradas por medio de la performance pueden ser almacenadas, transmitidas, manipuladas y transformadas. Los actores al entrar en contacto con ellas las recobran, recuerdan y pueden incluso inventarlas para volver a comportarse según los parámetros conocidos, ya siendo absorbidos por el papel o el trance, o tomando distancia del mismo como en el efecto brechtiano. En todos los casos las secuencias de conducta de la performance significan “nunca la primera vez” a partir de un contexto cuyas condiciones originales pudieron haberse modificado o desaparecido.
Las conductas originales son restauradas en otros contextos y en parte modificadas de acuerdo a sus fines. El objetivo de la performance influye de manera decisiva sobre aquello considerado como evento pasado y por lo tanto objeto de la restauración. La conducta restaurada no es una copia de la original sino que implica decisiones por parte de los performers. Esta perspectiva es convergente con los estudios de Diana Taylor, quien analiza las performances sobre varios registros de datos, ya se trate de documentos escritos o repertorios de conducta. Éstos últimos son considerados mecanismos sociales encarnados de transmisión de memoria e identidad social. Los traumas aparejados por la desaparición de personas en Argentina durante la última dictadura militar pudieron ser investigados de acuerdo con esta perspectiva. (Taylor y Fuentes, 2011). Es decir que las performances llevadas a cabo por las agrupaciones de familiares de desaparecidos (Abuelas, Madres e Hijos por medio de rondas, exhibición de fotografías, escraches a represores, instalaciones de reconocimiento de la identidad de hijos apropiados, etc.) se sustentan en un registro que parte tanto de datos científicos (análisis de ADN, documentos) como de repertorios de conducta que apelan a la memoria corporal y simbólica como medios de identificación, reconocimiento y cambio social. Para Taylor la transmisión social efectiva de este simbolismo requiere de una relación aquí y ahora con el contexto social circundante, que fue a su vez  co-partícipe de la circunstancia histórica traumática (Taylor, 2011). De esta manera el sufrimiento social puede ser reelaborado socialmente mediante performances basadas tanto en documentación científica como en repertorios de conducta no escritos (testimoniales, sonoros, icónicos, corporales, etc). Según Schechner, las conductas restauradas se pueden usar como máscaras o vestimentas, pudiéndose modificar la partitura de la perfomance como en los casos de directores de teatro, obispos y actores. La actuación en dramas, danzas y rituales junto con las acciones sociales y las performances culturales se retroalimentan con las acciones de los individuos cuando son representados, como modelos de acción para la vida cotidiana. A su vez la manera de actuar en la vida cotidiana afecta a las representaciones (Schechner, 2011: 38). En este sentido Schechner distingue entre lo que es performance y lo que puede estudiarse como performance. Esta última definición -relevante para nuestro propósito- considera que algo es performance cuando
 en
 una
 cultura
 particular la
 convención, la
 costumbre
 y
 la
 tradición
 dicen
 que
 lo
 es. Por ejemplo aquéllos espectáculos que en la cultura occidental se basan en textos, dramas, guiones, o bien en dramas ceremoniales o rituales tradicionales orientales. A su vez puede ser estudiada como performance toda actividad que implique una repetición y restauración de conductas. Desde esta perspectiva las performances deben entenderse en términos interdisciplinarios, interculturales y globales, como actividades de restauración y creación en las que las apariencias son realidades y las realidades son también lo que se halla por detrás de las apariencias. También pueden considerarse como performances registros representacionales como films y documentales que tienen efectos y son afectados en la vida cotidiana. En este sentido, la construcción del presente, de una imagen del sí mismo y de los otros, supone tanto un procedimiento arqueológico como teleológico, éste último ya no basado exclusivamente en la sospecha del desocultamiento sino en las potencialidades de las manifestaciones simbólicas (Ricoeur, 2007).
Es decir que las aproximaciones performáticas pueden combinar tanto la crítica –actualmente relativizada en sus alcances por la casi completa sumisión de las esferas culturales y espaciales en la globalización (y por lo tanto también de las posibilidades de distanciamiento en relación al objeto criticado)– como la identificación con los grupos y personas víctimas de segregación o discriminación  de clase, etnia, género o bien con quienes participan de un problema social común. Refiriéndose a las “emociones ficcionales” activadas por la cultura mediática, Eva Illouz sostiene que la imaginación genera emociones por medio de relatos elaborados culturalmente que ponen en marcha mecanismos de identificación con los personajes, sus intensiones y las tramas en las que se hallan. Como partícipes de la cultura mediática e inmersas en ella, las imágenes visuales inscriben determinadas escenas narrativas en parte de nuestra socialización emocional que es de naturaleza ficcional. Desarrollamos y anticipamos nuestros sentimientos mediante escenas culturales reiteradas, anticipando cuáles son las normas mediante las que se expresan las emociones, qué importancia revisten éstas para nuestro relato de vida y cuáles son los vocablos y las figuras retóricas que expresan dichas emociones. Las “emociones ficcionales” surgen entonces mediante mecanismos de identificación con los personajes y la línea argumental, activados por ciertos esquemas o moldes mentales para evaluar situaciones nuevas, recordar los sucesos de nuestra vida y anticiparlos (Illouz, 2013). José Esteban Muñoz propone que las performances (o actuaciones) se basen en procesos de desidentificaciones sociales, que se diferencian tanto de las identificaciones predominantes y mayoritarias como de sus contra identificaciones. Mediante la crítica de la noción tradicional de identidad sugiere performances que emerjan entre las identidades que poseen mayores grados de estabilidad y las construcciones sociales.
Tomando como referencia inicial la definición de identificación de Laplanche y Pontalis como “un proceso psicológico mediante el cual el sujeto asimila un aspecto, propiedad o atributos del otro y se transforma por completo o en parte según el modelo que proporciona el otro”, Muñoz propuso a partir de Pécheaux aplicar las nociones de contraidentificación y desidentificación. (Muñoz 2011: 563). Es por medio de una serie de identificaciones como se constituye y especifica la personalidad. Para Muñoz el sujeto que se desindentifica es incapaz de identificarse por completo con el modelo cultural predominante ya que recurre –de  acuerdo con las nociones de Eve K. Sedgwick– a una visión no lineal de las identificaciones por las que “identificarse con un objeto, persona, estilo de vida, historia, ideología política, orientación religiosa, etc significa también al mismo tiempo y en parte, una identificación opuesta así como una identificación parcial con distintos aspectos del mundo social y psíquico” (Muñoz, 2011:564). Aquello que detiene la identificación son siempre restricciones ideológicas implícitas en un sitio identificatorio. En este sentido, los sujetos que se hallan por fuera de la esfera pública predominante y que poseen varios componentes de identidad minoritaria encuentran dificultades para representar identificaciones. Los prejuicios y el control hacen que las “identidades con diferencias” sean difíciles de habitar (Muñoz, 2011: 562-563).

1.6 Territorios e identificación

Los territorios exhiben algunas características que posibilitan distinguirlos. Tienen un umbral, cuya transposición habilita a los sujetos el auto-reconocimiento y la creación de un sentido de pertenencia; un límite, que permite diferenciarlos del entorno; un entorno, con el cual se establece una economía de intercambios y una superficie, sobre la cual suceden los desplazamientos, prácticas y vínculos generados por sus habitantes. La producción de territorios exige, además, un conjunto de operaciones simbólicas integrado por las evocaciones, la imaginación y el poder de representación de los sujetos, las vivencias y experiencias cotidianas de los habitantes territoriales. Asimismo, los imaginarios conforman la arena de la lucha por los significados acerca de la ciudad que quieren y aspiran sus actores (Gravano, 2006).
El despliegue de prácticas y representaciones sobre el territorio permite la constitución de identidades personales y colectivas (Brubaker y Cooper, 2001) entendiendo a la identidad como la acción de identificar, práctica que es intrínseca a la vida social. La acción de identificar no habla de un único actor, sino de la interacción entre diferentes actores en puja por la construcción social del sentido. De esta manera, se pueden interpretar los procesos de interacción simbólica como frentes de lucha entre diferentes grupos y clases de una sociedad por la construcción del sentido y la legitimidad del mismo. En esta investigación se utiliza el término “identificación” aplicado a la dimensión biográfica social considerando el complejo proceso de interacciones a través del cual una persona crea un relato de sí mismo, para sí mismo y para los otros, en los distintos momentos de su vida. Las auto caracterizaciones, las ubicaciones del “sí mismo” y las de los otros, ya sea dentro de una categoría o de una narrativa, son siempre situacionales y contextuales.  La discusión es amplia y compleja, pero junto a las definiciones psicológicas esbozadas anteriormente desde un abordaje socio territorial y cultural la identificación puede seguir el modo relacional o categorial. El primero supone que el agente se identifica por su inserción en una red de relaciones (familiares, clientelares, amistosas) mientras que en el segundo la identificación se produce al constatarse la posesión de un atributo que define una clase (raza, género, etnia). Ambos modos resultan particularmente pertinentes para preguntarse acerca de las formas de identificación y subjetividad que se producen en el territorio, en particular en los espacios y expresiones culturales que serán analizados en los estudios de caso.


1.7 Público y privado: Los espacios comunes en sociedades fragmentadas.

Partir de considerar el Área Metropolitana de Buenos Aires como “territorialidad fragmentada” y como resultado de la desestructuración de las relaciones clasistas en la ciudad nos conduce a otro punto importante de la red conceptual, con el fin de comprender la articulación simbólica del posmodernismo en el capitalismo periférico: el de la nueva articulación público-privado que emergió en los años de la reforma, tras el proceso de privatización de los servicios públicos y de des-inversión y deterioro de los servicios públicos universales. La ciudad engloba diferentes formas de producción y organización del espacio urbano y, por ende, diversas modalidades de definir la relación entre el espacio público y el espacio privado. En la medida en que el espacio público contribuye a la auto visibilidad de la ciudad, como imagen de la totalidad, es un lugar fuertemente político, un campo de poder. Si concebimos el espacio común como lugar de encuentro entre actores sociales, podemos reconocer la existencia de diversas representaciones del espacio, en algunos casos, en conflicto. Lucio Kowarick se ha referido a la noción de expoliación para explicar el desgaste y dilapidación de la fuerza de trabajo en algunas ciudades latinoamericanas. (Kowarick, 1996)
Siguiendo a este autor, gran parte del aumento de la productividad experimentado durante algunas etapas históricas puede ser imputado al aumento del desempleo y la subocupación. La disponibilidad de una amplia masa laboral permite al capital su explotación intensiva y extensiva. Esta realidad económica y social impide alcanzar en muchos casos los niveles mínimos necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo, determinando su desgaste prematuro y altos niveles de rotación laboral que pueden ser sostenidos debido a la existencia de una población superflua desde el punto de vista de su inserción laboral. Podemos comprender a la expoliación teniendo en cuenta la especificidad de la fuerza de trabajo como mercancía, en su articulación demográfica y económica. El desgaste de la misma ocurre tanto en el proceso laboral como fuera del mismo. Al aumento de las jornadas de trabajo y la búsqueda de empleos suplementarios, se agrega el deterioro de los servicios públicos o su encarecimiento relativo, en particular de los transportes, y las dificultades que encuentra la población para el acceso a la vivienda, determinando la realización de un trabajo adicional no retribuido.
La expoliación era definida por Kowarick como conjunto de condiciones urbanas y ambientales que articulan el desgaste y la sub-utilización de la fuerza de trabajo en función de la acumulación privada de capital (Kowarick, 1996).  El desgaste de la fuerza de trabajo es también el resultado del empeoramiento de las condiciones del medio ambiente urbano y de la existencia de regímenes institucionales precarios, arraigados en la exportación de materias primas y el expolio de la naturaleza y el medio ambiente (Altvater, 1997). Las formas que adquirió el proceso de urbanización en Argentina durante la vigencia del modelo sustitutivo de importaciones hasta la década de 1970 tuvo como pilar fundamental el apoyo brindado por el estado al desarrollo del transporte y la vivienda. (Calello y Suárez, 2012).  El subsidio al precio de las tarifas de transporte facilitaba el desplazamiento masivo de los trabajadores hacia sus lugares de trabajo y vivienda en un proceso de urbanización que complementaba las facilidades para adquirir, y en mayor medida construir, las viviendas en zonas cada vez más alejadas de la ciudad capital. El auge de los loteos populares permitía a los sectores populares obtener terrenos a bajos precios y sometidos a una fuerte especulación inmobiliaria que privilegiaba la discontinuidad del trazado urbano de acuerdo a requisitos previos de valorización del terreno. Al tiempo insumido por los desplazamientos se agregaba, debido a un régimen de bajos salarios que no incorporaba a la vivienda y otros servicios urbanos de alta demanda social, la necesidad de la autoconstrucción, y en menor medida, la compra de viviendas prefabricadas. Esta expoliación del trabajo era atenuada por la intervención estatal, garantizando requisitos mínimos para su reproducción y por la existencia de una menor disponibilidad laboral en los mercados de trabajo. La crisis del modelo industrializador endógeno y de sus instituciones acentuó desde mediados de la década del setenta este proceso confinando a vastos sectores de la población fuera de los mercados laborales y de los servicios urbanos básicos. El declive de los transportes públicos de pasajeros, ya sea en cuanto a inversiones en equipamientos y accesos viales como así también las alzas de tarifas y su posterior privatización, dieron lugar a la preeminencia del transporte individual y a la diferenciación del público en precios y calidad del servicio, acompañando un diseño urbano que privilegia vías de acceso rápido y directo entre los centros financieros y los lugares habitados por la población de mayores ingresos.
Ello se expresaba en una cada vez mayor segregación territorial y social, dificultando la accesibilidad espacial y económica a las viviendas y determinando la emergencia de estrategias de sobrevivencia asociadas a otras formas de apropiación del suelo urbano. El despliegue desde la crisis del modelo industrializador endógeno de las condiciones favorables a la expoliación de la fuerza de trabajo incidió fuertemente en las estrategias que adoptaron las unidades domésticas en relación a la utilización de sus recursos y a la expansión de su capital social que incluye además entre sus dimensiones a la salud, la educación y los marcos interpretativos y de sentido de la población. En este sentido grupos sociales como los cartoneros pudieron ser considerados como una manifestación límite de los procesos de expoliación urbana sobre la fuerza de trabajo, que expresaban una condición social de vulnerabilidad más extendida y profunda, condición llamada de “despojamiento”,  que incluía las dificultades de recomponer auto-representaciones colectivas (Calello, 2007)
Los movimientos sociales urbanos que irrumpieron desde mediados de la década de 1990 y que se visibilizan con la crisis del año 2001 fueron vectores de las demandas sociales, políticas y culturales tanto en relación a la fragmentación social y urbana, resultado de la aplicación de las políticas neoliberales, como de la crisis de sentido e identidad a la que condujo. Paralelamente al desarrollo de estos movimientos sociales urbanos y en relación a ellos se produjo una intensificación de las expresiones artísticas, como respuestas personales y colectivas a los efectos de la expoliación y a la necesidad de reconstitución material y simbólica, de un “gobierno de sí y de los otros” (Foucault, 2009)


1.8 El teatro argentino y su crisis

El teatro argentino, como antecedente de los grupos teatrales y performáticos analizados, experimentó diversas etapas en su desarrollo hasta el período de crisis social y política (2001-2003). Hasta la crisis de 2001 el campo teatral argentino reconocía etapas en el desarrollo del realismo cuyo referente era social (Pellettieri, 2004). Hasta la década del 40 los sainetes y grotescos fueron las formas dramáticas dominantes de abordar (de acuerdo a sus propios procedimientos estéticos) los conflictos sociales, nacionales y generacionales de la sociedad argentina. A partir de entonces el teatro argentino atravesó distintas etapas y crisis con la primacía de un realismo prescriptivo, cuya obra modélica en la década del 40  es ilustrada con  El Puente de Carlos Gorostiza. La obra mostraba las tensiones durante el peronismo entre los nuevos actores sociales y lo instituido, junto a la declinación de la clase media. El realismo psicológico-reflexivo que adviene luego del derrocamiento del Illia y la dictadura de Onganía en 1966 buscaba también comprender y aclarar los elementos en conflictos y tenía como eje temático la integración negada del peronismo a la vida política e institucional del país. Esa tendencia estaba representada por obras como El avión negro de los dramaturgos Carlos Somigliana, Roberto Cossa, Ricardo Talesnik y Germán Rozenmacher y El padre de Alberto Adellach. en las que se hallaban presentes como recursos teatrales la alegoría, la intertextualidad didáctica brechtiana, el expresionismo y el Café Concert. Estas obras practicaban un revisionismo histórico utilizando la parodia como recurso deformante, pero cuyo referente era la realidad nacional (Pelletieri, 2004). Se trata de obras cuyas reglas simbólicas se organizaban en torno a la verosimilitud de los hechos representados pero que en última instancia remitían y hallaban sus límites en la realidad de los hechos histórico sociales referenciados, a pesar de la intensión de alejarse de los criterios veritativos y prescriptivos del realismo de las primeras etapas. Estos autores ordenaban la realidad de acuerdo a lo que desde una perspectiva de izquierda se consideraban sus límites y para instar al público a tomar conciencia de la situación. Teatro Abierto de 1983, que apelaba a la complicidad del espectador, fue la experiencia dramatúrgica más acabada de esta intencionalidad política que se expresaba como denuncia metafórica de la dictadura militar. Esta experiencia dentro de las convenciones del teatro realista llevó a cabo el cometido didáctico de mostrar la situación de crisis en la que se hallaba el país (Pellettieri, 2004)
A fines de los años ochenta, sin embargo, el teatro no había podido significar como en el pasado la tradición democrática y su crisis. El teatro realista se mostraba entonces incapaz de significar los problemas sociales y políticos que halló la transición democrática argentina. Aparece entonces un teatro de la parodia y el cuestionamiento (Pellettieri, 1994) autodenominado “teatro de la risa”, cuyos exponentes principales fueron “Los macocos”, “Los Melli”, Urdapilleta, Tortonese, “Gambas al Ajillo”, Batato Barea, entre otros, que parodiaba al teatro realista “serio”, cuestionando el mensajismo del teatro testimonial. En la década del 90 a su vez tuvo lugar la aparición y desarrollo de un teatro “posmoderno”, realizado por autores y directores que dirigían a sus propios actores y que conformaron un microsistema teatral. Javier Daulte, Daniel Veronese, Ricardo Barthis, entre otros “desintegran” los procedimientos teatrales realistas y elaboran nuevas formas de representación. Todos ellos tienen en común el trabajo con la deconstrucción de fragmentos, del contenido de los grandes teatros y sus ideas de “totalidad” y “verdad”, y la creencia de que el teatro activa el cambio social renunciando a la función política que le concedía el teatro moderno. En este subsistema y concepción teatral la búsqueda de la autonomía implícitamente cuestiona el canon representacional moderno, des-familiarizando al espectador, no mediante la crítica racional o el distanciamiento, sino mediante la inmersión del cuerpo y del inconsciente situándolo fuera de la “cotidianeidad” (Pellettieri, 2004)  En esta corriente el teatro realista y moderno era interpretado como una representación estética dominante que había perdid su capacidad crítica. Como se ha señalado en el capitulo precedente, esta problemática atañe a las dificultades que encuentran las concepciones críticas teatrales basadas en el distanciamiento en un contexto de capitalismo tardío caracterizado por una cultura posmoderna englobadora.
La crisis del año 2001 supuso una reconfiguración del campo teatral. En este nuevo contexto se revierte la crisis de lo público irrumpiendo de improviso lo histórico, lo social y lo político. Esta irrupción tuvo lugar frente a una cosmovisión neoliberal (que los autores citados vinculan a la lógica cultural posmoderna) que realzaba la vida privada, decreciendo las preocupaciones políticas del arte y aumentando la importancia del gusto por el consumo y por los medios de comunicación. (Pelletieri, 2004).