Cultura, distancia crítica y espacialidad en el posmodernismo tardío
Tomás
Calello[1]
La espacialidad en el contexto posmoderno
La
espacialidad experimentó durante las últimas décadas una serie de profundas
transformaciones que David Harvey analiza en el marco de las modificaciones
socioculturales y políticas del capitalismo actual. La “condición posmoderna” y
su lógica cultural inherente (Jameson, 1994, 2013; Harvey, 2004, 2010; Comaroff
J.L y Comaroff J, 2009; Mc Kenzie, 2011) tiene consecuencias sobre las formas y
sentidos que adquieren las escenificaciones comunitarias y las intervenciones
performativas en el espacio urbano poscolonial. Esta sección estará encaminada
a desarrollar la lógica cultural posmoderna y su relación con el despliegue de
nuevas concepciones estéticas y colectivas.
Según Jameson el posmodernismo es la lógica cultural
predominante del capitalismo tardío y posee como características relevantes el
predominio de la espacialidad sobre la temporalidad y la fragmentación de los
significantes en un presente que aparece sin solución de continuidad (Jameson,
1994). Estas características influyen sobre la subjetividad, en particular
sobre el “descentramiento del sujeto”, y limitan el ensayo de las críticas
estéticas basadas en el distanciamiento, a diferencia de lo que sucedía en el
modernismo tardío donde tenían como marco de posibilidad la existencia de una
exterioridad constitutiva (espacial y social) al capitalismo. Las alternativas
político-culturales que prevalecieron hasta el advenimiento y predominio de la
lógica cultural posmoderna se enfrentan a nuevas condiciones culturales –como
la subordinación de la temporalidad a la espacialidad– planteando nuevos desafíos a las estéticas
críticas Estas características de la
lógica cultural posmoderna son relevantes a los fines de comprender el status
de las escenificaciones que son el objeto de abordaje en el presente artículo.
Jameson aclaraba que la hegemonía cultural posmoderna no significa sugerir una
homogeneidad cultural masificada e uniforme del campo social, sino más bien su
coexistencia con otras fuerzas resistentes y heterogéneas que la lógica
cultural posmoderna tiende a dominar e incorporar (Jameson, 1994: 176). También
Renato Ortiz señalaba por esos años y desde otra perspectiva que el poder surge
en la economía-mundo como algo interno al orden de la mundialización y que los
consumos culturales globales se basan en procesos de desterritorialización que
poseen una base local. La emergencia de una cultura global (dominada por el
idioma inglés articulado con los dialectos e idiomas nacionales) demandaba por
lo tanto el desarrollo de una “hegemonía internacional popular” por parte de
las clases subalternas (Ortiz, 1994). En
el contexto posmoderno la “distancia
crítica” de las políticas culturales de izquierda aparece como anacrónica
debido a la colonización capitalista de todos los espacios, ya se trate de los
espacios precapitalistas, de la naturaleza o del inconsciente. Andreas Huyssen
en su análisis del posmodernismo y la
cultura de masas revalorizaba la identificación, en particular con las
víctimas, en el nuevo contexto histórico social cuestionando los alcances
críticos actuales de las estrategias de distanciamiento estético (Huyssen, 2006)
Como se verá más delante,
también se desprende de los análisis de David Harvey sobre la lógica cultural
posmoderna en una etapa posterior de su desarrollo (que vinculan el predominio
de la espacialidad a la regulación de los procesos de acumulación del capital a
escala global) un cuestionamiento a las
formas estéticas críticas que caracterizaron a la modernidad.
La espacialidad urbana
que se despliega con la posmodernidad a partir de los nuevos desarrollos de la
arquitectura (que ejemplifica el lugar
de la estética en los procesos de reproducción del capital) y el planeamiento
urbano constituyen una mutación del espacio construido (Jameson, 1994: 64). La
alteración del pasado como retromanía en los espectáculos sustituye a la
verdadera historicidad, como un simulacro en el que se diluye el influjo de la
historia (Reynolds, 2012). Sobre este paisaje espacial, la historicidad es
reconstruida como un simulacro que detiene el influjo de la historia y cuyas
reglas procedimentales se hallan presentes tanto en la espacialidad urbana como
en la del espectáculo (en particular con el predominio del video clip a partir
de los años ochenta, y de la Internet a partir de los noventa). Su
significación para las escenificaciones teatrales y otras formas de presentación se ven
modificadas, en particular en aquéllas en las que se interrelacionan la
producción de simulacros con la “exotización” o las construcciones de otredad
en contextos poscoloniales. Una mutación del objeto que no fue acompañada de
una mutación del sujeto, ya que de acuerdo con Jameson el “hiperespacio”
resultante de las mutaciones espaciales del capitalismo tardío requiere de un
desarrollo de cualidades sensoriales y perceptivas que no se habían
desarrollado hasta ese momento. Tomando en cuenta la mutación de la función
social de la cultura en el capitalismo tardío, el análisis de Jameson recae
sobre la permanencia del carácter “semiautónomo” de la cultura con respecto a
la esfera económica que había sido su condición de posibilidad durante la
modernidad tardía. La pérdida de autonomía de la cultura no significa su
desaparición; por el contrario, debe ser pensada como una difusión de la esfera
cultural por todo el espacio social (Jameson, 1994: 74). Esta “explosión” de lo
cultural en lo social, ya se trate del espacio económico, del poder estatal o
de la psique, es consistente con una sociedad de la imagen o del simulacro y
con la transformación de lo “real” en una serie de pseudo-eventos. Por más
diferentes que fueran entre sí las políticas culturales de la izquierda, (ya se
tratara de la negatividad, la oposición y subversión, la crítica y la
reflexividad) compartían el supuesto venerable de la “distancia crítica” con
respecto a la cultura. Pero fue justamente la distancia en general, y en
particular la estética, la que fue abolida en la lógica cultural posmoderna.
Nuestros propios cuerpos están inmersos y desprovistos de coordenadas mas allá
de la expansión del capital multinacional que acabó penetrando los espacios que
ofrecían una base extraterritorial para la crítica. Este nuevo espacio global y
original no es meramente una ideología cultural o una fantasía, sino una
realidad genuinamente histórica y socioeconómica multinacional. El “momento de
verdad” de la tercera gran expansión original del capitalismo a partir de las
expansiones anteriores de los mercados nacionales y del imperialismo que tenían
sus propias especificidades culturales y generaban nuevos tipos de espacialidad
apropiadas a sus dinámicas (Jameson, 1994). Jameson propuso a partir de sus
análisis un modelo cultural que pusiera en evidencia las dimensiones cognitivas
y pedagógicas del arte y sus relaciones con la cultura política. Este modelo
tiene sus raíces fundamentales en las teorías de Bertold Brecht y Giorgy Lúkacs
para los momentos del modernismo y del realismo respectivamente. Adecuando esas perspectivas como un modelo de
cultura política apropiado al capitalismo tardío, y por lo tanto considerando
el espacio como la cuestión organizativa fundamental del mismo, denomina a este
modelo “mapeamiento cognitivo”.
Una estética del
mapeamiento cognitivo busca dotar al
sujeto individual de un sentido más aguzado de su lugar en el sistema global
mediante una política cultural y pedagógica. Ella debe basarse sobre formas
radicalmente nuevas de concebir la representación, a sabiendas de que el mundo
social y espacial circundante es irrepresentable en su totalidad pero no
incognoscible; como una manera de salvar la brecha entre las experiencias
individuales de la vida cotidiana y el conocimiento abstracto, recolocando el
análisis de la representación en un nivel más alto y complejo. El “mapeamiento”
en el nuevo contexto espacial posmoderno consiste en nuevas formas de abordaje
de la representación de la (nueva) realidad para no distraer ni desviar de esa realidad o recaer en otra
forma de mistificación. Tomando como modelo la obra del arquitecto Kevin Lynch,
en particular The Image of the City,
Jameson sugiere procedimientos de desalienación urbana que permitan a los
sujetos una reconquista práctica de su reubicación espacial y que puedan ser
retenidos en la memoria para poder mapear o re mapear en cada momento
trayectorias variables y opcionales (Jameson, 1994: 77). Los problemas
empíricos que planteaba Lynch a partir
de la imposibilidad de las personas de mapear en sus mentes su propia posición
en redes urbanas, como en la ciudad de Jersey, converge con la redefinición
althusseriana y lacaniana de ideología como representación imaginaria de los
sujetos con sus condiciones reales de existencia. El mapeamiento cognitivo debe
permitir a los sujetos una representación situacional más estrecha en relación
a estructuras más vastas e irrepresentables como son las estructuras sociales
en su totalidad. En los trabajos de Lynch, las cartografías constituyen un
trabajo clave para esa mediación aunque los sujetos de sus análisis siguen más
bien trayectorias espaciales difusas, semejantes a operaciones
pre-cartográficas, como itinerarios o cartas de navegación. Las analogías de
Lynch permiten a Jameson pensar el mapeamiento cognitivo trascendiendo las
posiciones empíricas del sujeto y en relación a los hitos espaciales urbanos
para incorporar instancias referenciales abstractas de totalidad geográfica
ejemplificadas en la evolución de los instrumentos de navegación (Jameson,
1994: 77). La concepción althusseriana de ideología permite repensar estos
problemas geográficos y cartográficos en términos de espacio social, como formas de diseños cognitivos por
medio de los cuales los sujetos transcodifican sus relaciones sociales
individuales con sus realidades de clase locales, nacionales e internacionales.
La nueva dialéctica representacional que Jameson proponía para abordar la
complejidad dinámica de los lenguajes en la posmodernidad, caracterizados en
términos generales por el predominio mediático e icónico pero carentes de una
jerarquía representacional definida, deberá ser capaz de “comenzar nuevamente a
entender nuestro posicionamiento como sujetos individuales y colectivos y
recuperar nuestra capacidad de decir y luchar que esta hoy neutralizada por nuestra
confusión espacial y social” (ibid: 79).
Una aproximación
fundamental que tiene como base esa línea representacional renovadora es el
análisis de David Harvey sobre la compresión espacio-temporal que genera el
capitalismo actual en relación a los límites que encuentra la acumulación de
capitales a nivel global y el modo específico en que las estéticas y políticas
se insertan en la misma. La especificidad
que dichas lógicas adoptan en el contexto poscolonial de inserción en el
capitalismo global se hallan en relación a las respuestas performáticas
posibles como procesos políticos de construcción identitaria.
La
compresión espacio-temporal y su incidencia en los procesos culturales
En La condición de la
posmodernidad David Harvey continua con la perspectiva de Jameson que
concebía a la transformación posmoderna
como una crisis de nuestra experiencia del espacio y del tiempo. Según dicha
perspectiva las categorías espaciales pasan a dominar a las temporales mientras
que ellas mismas resultan transformadas y generan dificultades para los hábitos
de la percepción (formados en el alto modernismo) en la nueva realidad hiper
espacializada. Harvey ofrece una explicación que intenta dar “cuenta del
espacio y el tiempo de la vida social de manera de iluminar los nexos
materiales entre los procesos económicos políticos y los culturales” (Harvey,
2004: 225). Reconociendo la articulación de sentidos temporales diversos que
coexisten en la sociedad, resalta la materialidad de las prácticas sociales
como fundamento de la espacialidad. Poniendo en tela de juicio la idea de un
sentido único y objetivo del espacio y del tiempo, plantea que las múltiples
cualidades objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar son el
resultado de las prácticas humanas que sirven para reproducir la vida social.
Desde esta perspectiva, cada formación social particular encarna un conjunto de
prácticas y conceptos del espacio y del tiempo. Los conflictos, sostiene
Harvey, no surgen solamente de las distintas apreciaciones subjetivas del
espacio y del tiempo sino de sus cualidades materiales objetivas que son
consideradas decisivas para la vida social en situaciones diferentes. En
términos generales la herencia cultural de Occidente privilegió el análisis de
la temporalidad por sobre la espacialidad, ya que la misma en las formulaciones
de Marx, Weber, Smith y Marshall era considerada una dimensión implícita, algo contingente y no fundamental para la
acción humana. La tematización del progreso como una categoría fundamental de
la teoría social para comprender los procesos de modernización llevaba
implícita la primacía de la temporalidad.
La teoría estética, a su
vez, se ocupa fundamentalmente de la espacialización del tiempo. Las formas de representación no pueden sino
plasmarse en un plano del ser frente al devenir de los sucesos. Toda forma
estética demanda una espacialización, ya se trate de la escritura o de las
imágenes en las que se plasma el devenir de las experiencias. Estas
apreciaciones cobran relevancia en el marco de la perspectiva teórica y
política de Harvey sobre la expansión y los límites de la acumulación
capitalista. La política cultural aparece de esta manera inscripta en la
necesidad de regulación derivada de la expansión económica del “nuevo
imperialismo” y de la aceleración de los tiempos de rotación del capital que
surge como consecuencia de los procesos de flexibilización productiva. En el
nuevo imperialismo ya no persisten territorios que puedan ser incorporados a la
acumulación capitalista global, por lo que el espacio y el tiempo experimentan
una redefinición mediante su compresión articulada a los procesos
comunicativo-tecnológicos y especulativos del capital financiero
(particularmente en el sector inmobiliario) que se convierte en el eje de la
acumulación. El acelerado devenir de la temporalidad dictado por la reducción
de los tiempos muertos productivos encuentra en la estética –que tiende a
“imaginar” el tiempo –un medio de regulación por medio del predominio icónico.
La búsqueda de belleza inherente al arte significa también la persecución de
una trascendencia temporal que encuentra en la arquitectura posmoderna su
plasmación espacial. De todo ello resulta un carácter efímero y fragmentario de
las experiencias que las concepciones posmodernas tienden a celebrar y asumir
como propias. En relación al predomino de la espacialidad, Harvey sostenía que
la combinación de cine y música ofrecen
un poderoso antídoto frente a la pasividad espacial del arte y la arquitectura,
pero que la carencia de profundidad del cine limitado a una pantalla o
escenario nos recuerda que él también se halla limitado a la espacialidad de
una manera peculiar.
Puede agregarse que junto
al cine (que ha experimentado transformaciones tecnológicas de importancia en
la última década, como la incorporación de la tridimensionalidad) la música, si
bien tiene como condición de posibilidad la extensión espacial para su
trasmisión física, es un arte básicamente temporal fundado en la percepción y
manejo de tensiones y expectativas (Rowell, 2005). Sus potenciales
prefigurativos y críticos en algunas de sus manifestaciones ya fueron señalados
por Adorno (Buck Morss, 2011; Jay, 1989; Fehér, 1989). Lo mismo puede decirse
en relación a la capacidad prefigurativa de la escritura y su constitución de la temporalidad subjetiva y social
(Ricoeur, 2007; 2008). Es decir que el predominio icónico coexiste con
manifestaciones estéticas que articulan la temporalidad con la textualidad y la
sonoridad de manera compleja. Harvey sostenía que
“hay mucho que aprender de la teoría estética acerca
de cómo las diferentes formas de espacialización inhiben o facilitan los
procesos de transformación social. Recíprocamente hay mucho que aprender de la
teoría social en cuanto al flujo y la transformación con los que debe enfrentarse
la teoría estética. Es posible que al poner en relación estas dos formas de
pensamiento, podamos entender mejor las formas en que el cambio
económico-político plasma las prácticas culturales” (Harvey, 2004: 232).
Esta vinculación le permite analizar
la estetización de la política. También le permite afirmar que la disolución de
los conflictos de clase en conflictos geopolíticos no constituye un mero
accidente, sino que tiene su raíz en procesos económico-políticos por medio de
los cuales el capitalismo impulsa configuraciones geográficas de desarrollo
desigual y combinado. Dichos procesos suponen la búsqueda de una serie de
estabilizaciones espaciales ante el problema de la hiper acumulación. Estos procesos de estabilización son
acompañados por la estetización de la política y es desde esta perspectiva que
es posible combinar la teoría estética y la social sobre la naturaleza y el
significado del espacio y el tiempo (Harvey: 235). Harvey (junto con Eagleton)
enjuicia críticamente el posmodernismo al considerar que la estetización de la
política es celebrada por dicha corriente teórica en su irracionalismo y que
menosprecia la historia y la convierte en un simulacro que es resultado del
relato de personajes carismáticos. En el caso de Hyden White su abordaje de la
historia como “realismo figural” intenta fundamentarse desde un registro tanto
lógico como tropológico, al mismo tiempo que rescata algunas consideraciones
marxistas. Su crítica del
distanciamiento de la historia presente en Barthes (y en Brecht) lo ubican en
una relación heterodoxa con el marxismo, al mismo tiempo que en un contexto
histórico en el que las “distancias críticas” en relación a la cultura
parecieran abolirse (White, 2010:73-94). Esta aproximación, si bien converge
con la de Jameson, es más el resultado de una postura epistemológica “emic” que
de un posicionamiento crítico del posmodernismo.
En la próxima sección se
retoma el análisis de Harvey sobre la
significación social del espacio y del tiempo con el fin de extraer algunas
consecuencias estéticas y políticas en el plano de la representación escénica.
La
configuración espacio temporal de la vida social
En el nuevo contexto la
modernización implica la desorganización constante de los ritmos espaciales y
temporales. En particular, aunque no de marea excluyente, la división e
indiferenciación actuales entre actividades hogareñas y laborales. La opacidad
resultante del fetichismo actual en que se desenvuelve la vida cotidiana coloca
como principal contradicción del capitalismo a la relación entre apariencia y
realidad (Harvey, 2010). El modernismo
como respuesta cultural se plantea (como en otros períodos históricos
previos) la reconstitución del sentido frente a la fragmentariedad y provisionalidad
de las experiencias promovidas por la modernización actual. El sentido del
espacio viene dado por la especificidad de las prácticas sociales a partir de
las cuales se origina. Al mismo tiempo dicho espacio puede definir relaciones
entre personas, actividades, cosas y conceptos. Las representaciones espaciales
son producto y producción mientras que sus reorganizaciones indican un cambio
de las relaciones sociales. “En el capitalismo”, sostiene Harvey, “a causa de
su tendencia a la fragmentación y a lo efímero la dificultad consiste en
encontrar en medio de los universales de la monetización, el mercado de valores
y la circulación de capital, una mitología estable expresiva de sus valores y
sentidos intrínsecos” (Harvey, 2004:241). Dichas mitologías quedan ilustradas
por Harvey de manera patéticamente simbólica en los casos de la estética nazi o
del mito maquínico como respuestas al cambio histórico y geográfico. Pero
también en estetizaciones menos radicales como la evocación de la tradición, de
la memoria colectiva, de la región y el lugar o de la identidad cultural.
Existe también, señala
Harvey citando a la poética del espacio de Bachelard, un espacio de la
imaginación que no se reduce a la extensión o al espacio afectivo de los
psicólogos ya que de acuerdo con el pensador francés “creemos conocernos a
nosotros mismos en el tiempo cuando en realidad lo único que conocemos es la
secuencia de fijaciones a los espacios de la espacialidad del ser. Los
recuerdos son inmóviles y cuanto más firmemente estén establecidos en el
espacio más sólidos resultan” (Harvey, 2004: 241). Lo mismo que en Heidegger,
el espacio contiene tiempo comprimido, siendo que el espacio principal de la
memoria es la casa, ya que en ella hemos aprendido a soñar e imaginar. La
protección hogareña es el lugar donde comienza la vida y en el que a través de
los sueños las diversas moradas de la existencia se interpenetran y retienen
los tesoros de los días pasados. De esta manera, el ser sumergido en la memoria espacial inmemorial
trasciende el devenir y encuentra todos esos recuerdos nostálgicos de un mundo
infantil perdido. ¿Acaso es éste el fundamento de la memoria colectiva para
todas aquéllas manifestaciones de nostalgias ligadas al lugar que impregnan
nuestras imágenes del campo y la ciudad, de la región, del medio y la
localidad, del vecindario y la comunidad? (Harvey, 2004: 243). Este
interrogante podemos aplicarlo a las manifestaciones nostálgicas, que como las
del teatro comunitario y el tango, se hallan presentes en las representaciones
y performances actuales.
Identidad del yo y el “retorno de lo
reprimido”
Anthony Giddens, por su
parte, abordó las implicancias que tiene la profundización de la modernidad y
la difusión de los sistemas expertos en la identidad del yo (Giddens, 1997).
Estos análisis son de utilidad a los fines de comprender los procesos de
reconstitución de la subjetividad que por medio de la participación en
expresiones dramatúrgicas comunitarias se desarrollaron en el país luego de la crisis social de comienzos de
milenio. Giddens considera las transformaciones que experimenta la identidad
del yo ante el desarrollo de los sistemas abstractos modernos, y el riesgo e
incertidumbre social que genera para la “seguridad ontológica” de las personas.
La especialización de funciones y el desarrollo de los sistemas expertos, a
pesar de que conforman ámbitos de certeza específicos, dejan sin embargo una
importante franja de incertidumbre social sin resolver a los sujetos. Giddens
tiene en cuenta en este contexto con sus consecuencias negativas también las
posibilidades de transformaciones individuales y del desarrollo de una
“política de la vida” como resultado de una profundización de los procesos
modernizadores y de sus efectos sobre las instancias yoicas y de la intimidad:
En la modernidad reciente la influencia de
acontecimientos distantes sobre sucesos próximos o sobre la intimidad del yo se
ha convertido progresivamente en un lugar común. Los medios de comunicación
impresos y electrónicos desempeñan obviamente un papel principal en este punto
(Giddens, ibid: 13)
En este contexto, debido a la pluralidad de ámbitos de acción
y a la diversidad de autoridades que interpelan a los sujetos, la elección de
un estilo de vida y la planificación de la vida como resultado de la
especialización se convierten en un rasgo central de la estructuración del
yo:
Las divisiones de clase, y
otras áreas fundamentales de desigualdad, como las relacionadas con el género o
la etnicidad pueden definirse en parte en función de la diferente posibilidad
de acceder a las formas de realización del yo y capacitación…No debemos olvidar
que la modernidad crea diferencia, exclusión y marginalización. Las
instituciones modernas al tiempo que ofrecen posibilidades de emancipación,
crean mecanismos de supresión más bien que de realización del yo. (ibid: 14)
Estas
divisiones y diferencias aparecen en las expresiones artísticas analizadas como
medios reflejos del yo, entre la intimidad y su presentación en sociedad, como
manifestaciones públicas de la intimidad social. Vivir en el mundo actual
significa para Giddens la necesidad por parte de los sujetos de solucionar un
conjunto de dilemas con el fin de preservar una crónica coherente de la
identidad del yo. En principio debe hacer frente a las tendencias unificadoras
y fragmentadoras de la experiencia, a la presentación de su yo en múltiples
circunstancias. Esto para Giddens no significa necesariamente (frente a las
hipótesis postestructuralistas del descentramiento del sujeto) una
desintegración del yo, sino que al menos en algunas circunstancias puede favorecer
una integración del mismo. “Una persona puede aprovecharse de la diversidad de
circunstancias para crear una identidad propia específica que incorpore de
manera favorable elementos de diferentes ámbitos en una crónica integrada” (ibid: 241-242). Pero los peligros que
entraña este dilema son, en el caso de la unificación, la construcción de la
personalidad en función de la identificación del sujeto con un conjunto de
compromisos fijos conformando un tradicionalismo rígido, o bien en el otro
extremo de la fragmentación la construcción de una identidad caracterizada por
un conformismo autoritario a las diversas situaciones. En ambos casos la base
de la seguridad ontológica de las personas es frágil ya que la seguridad en la
identidad de su yo depende de que otros consideren sus comportamientos
apropiados o razonables, es decir, de las
miradas ajenas (Ibid: 243).
Otro de los dilemas a los que se ven enfrentados los sujetos
se relaciona con los sentimientos de impotencia frente a los de apropiación: el
desarrollo de los sistemas abstractos que como partícipes fundamentales de un
proceso de modernidad radicalizada despojan a
los sujetos del saber sobre el manejo de los mismos. También las crisis
recurrentes tienen un efecto sobre la seguridad ontológica de las personas, ya
que tienen como correlato el secuestro de la experiencia y del desarrollo de
relaciones puras, internamente referenciadas, basadas en la seguridad, la
confianza y la intimidad, que poseen una frágil base de sustentación en el
tiempo. Frente al “despojamiento” de la personalidad que efectúan los sistemas
abstractos (Giddens, 1997), pero también en relación a la pérdida de
certidumbres y derechos sociales, los
sujetos intentan distintas formas de reapropiación de los vínculos sociales, de
recursos materiales, de sentido y políticos. La reconstitución del yo social se
desarrolla en todos esos planos. Muchas de esas formas de reapropiación
individual, social, laboral, y también ritual, tuvieron lugar con el desarrollo
de los movimientos sociales urbanos, y en particular de las expresiones
artísticas que fueron objeto de análisis. Giddens sostiene que la
transformación de la intimidad tiene su propia reflexividad y sus formas
peculiares de orden referencial interno como un extremo de la interacción entre
lo “local” y lo “global”. Los procesos de reapropiación y capacitación, tanto
si se refieren a la vida personal como a un medio social más amplio, se
entrelazan con los de despojamiento y pérdida. Puede considerase entonces que
junto al desarrollo de la crisis social y a la difusión de los medios
abstractos, los sujetos personales y sociales han desarrollado nuevas
estrategias artísticas y cognitivas de reapropiación, que implican a su vez
nuevas relaciones entre su intimidad y sus presentaciones en sociedad.
El tercer dilema opone la autoridad a la incertidumbre. La
multitud actual de demandantes de autoridad coloca a la vida social y a los
sujetos en un estado de incertidumbre que afecta al yo. Los saberes
especializados no alcanzan a generar las certidumbres necesarias para su
comportamiento ya que no hay autoridades que cubran los diversos campos del
conocimiento experto, en tanto que las autoridades tradicionales han pasado a
ser una más entre tantas. Este dilema, si bien es característico de la modernidad,
puede generar tanto formas de resolución basadas en la sumisión servil de las
personas ante la incapacidad de aceptar la existencia de autoridades en
conflicto, como estados patológicos e inmovilizantes ante la duda (Giddens,
1997:249). Por último se presenta el dilema entre la experiencia personalizada
y la experiencia mercantilizada, ya que de acuerdo con Giddens el
establecimiento de modos de consumo estandarizados, fomentados por la
publicidad y otros métodos es fundamental para el crecimiento económico e
influye en todos estos sentidos en el proyecto del yo y en la internalización
de estilos de vida. Más adelante se lee:
No sólo los estilos de vida,
sino la realización del yo quedan empaquetados y distribuídos según criterios
de mercado. Los libros de ayuda propia como Self
Therapy se encuentran en una posición precaria frente a la producción
mercantilizada de la realización del yo. Tales libros se apartan de alguna
manera del consumo estandarizado y empaquetado. No obstante en la medida en que
se venden como teoremas previamente elaborados para dar respuesta a la pregunta
de cómo salir adelante en la vida acaban
cayendo en el mismo proceso al que nominalmente se oponen (Giddens 1997: 251).
Tanto los análisis de Eva Illouz sobre la introyección de las
“emociones ficcionales”, que se verán en la próxima sección, como los de
Giddens sobre la mercantilización del yo sugieren la necesidad de generar
formas de apropiación singulares de los relatos autobiográficos que puedan
desidentificarse de las interpelaciones de sujeto originadas en la publicidad.
Giddens plantea que “debemos entender los procesos de individuación sobre ese
complicado trasfondo. El proyecto reflejo del yo es por necesidad en cierto
modo, una lucha contra las influencias mercantilizadoras aunque no todos los
aspectos de la transformación en mercancía le sean hostiles” Giddens, 1997:
253). Uno de los aspectos negativos de la mercantilización del yo, sostiene
Giddens, es el narcisismo, es decir el fomento de la apariencia en el ámbito
del consumo y el desarrollo del yo en función de su exhibición. El trasfondo de
todos estos dilemas, a los cuales se ve enfrentado el desarrollo del yo en la
modernidad tardía o bien en el capitalismo tardío con su desarrollo de los
sistemas abstractos, es la falta de sentido con el predominio de los sistemas
internamente referenciales. Giddens plantea que cuanto más abierto y
general sea el proyecto reflejo del yo,
en la medida en que se despoja progresivamente de fragmentos de la tradición,
tanto más probable será un retorno de lo reprimido en las instituciones
modernas.
Este retorno de la reprimido como respuesta al predominio de
los sistemas internamente referenciales que aseguran (provisoriamente) la
confianza básica de los sujetos se expresa en la aparición de nuevos rituales y
en la reaparición de otros, de nuevos movimientos sociales, en la
reconstitución de la tradición, en el resurgir de la fe y de las convicciones
religiosas, en el desarrollo de nuevas formas de religión y espiritualidad y en
el corazón mismo del comportamiento sexual, ya que si bien la pasión se ha
privatizado “la sexualidad repudia y al mismo tiempo sustancia el compromiso de
la vida humana con ciertas condiciones y experiencias moralmente trascendentes”
(Giddens, 1997: 260). Giddens plantea
que en general puede rastrearse un regreso de lo reprimido en los esfuerzos por
promover la excarcelación en los diferentes terrenos, desde el institucional
hasta las instancias más profundas del yo y la intimidad. Sostiene además que se
trata no sólo de la continuación del dinamismo sin fin de la modernidad, sino
de cambios fundamentales que son el presagio de transformaciones estructurales
más profundas
… la expansión de los
sistemas internamente referenciales alcanza los límites extremos en el plano
colectivo y en la vida de cada día, las cuestiones morales/existenciales pasan
a ocupar una posición central. Al agruparse en torno a procesos de realización
del yo, y a pesar de que se extienden hasta afectar a fenómenos globalizadores,
tales cuestiones exigen una reestructuración de las instituciones sociales y
plantean problemas de naturaleza no simplemente sociológica sino política
(Giddens, 1997: 263)
Estas
definiciones resultan útiles a los efectos de considerar las mutaciones expresivas
de las manifestaciones dramatúrgicas y artísticas del contexto de crisis y
posterior al mismo en las que se inscriben los relatos autobiográficos de una
manera particular. El desarrollo del
teatro comunitario, de las
performances del tango y de otras expresiones artísticas que surgieron luego de
la crisis social aparecen como formas de
reencantamiento secularizadas que permiten una reinscripción ritual de los
sujetos como retorno de lo reprimido.
Conclusiones y propuestas
culturales de intervención socio
espacial
La espacialidad experimentó durante
las últimas décadas una serie de profundas transformaciones que David Harvey
analizó en el marco de las modificaciones socioculturales y políticas del
capitalismo actual. La condición posmoderna con su lógica cultural inherente
tiene consecuencias sobre las formas y sentidos que adquieren las poéticas
desplegadas en el espacio urbano pos-colonial.[2] El posmodernismo como
lógica cultural predominante del capitalismo tardío posee como características
relevantes el predominio de la espacialidad sobre la temporalidad y la
fragmentación de los significantes en un presente que aparece sin solución de
continuidad.[3]
Estas características influyen sobre la subjetividad, en particular sobre el
“descentramiento del sujeto” y limitan el ensayo de las críticas estéticas que
como en el modernismo tardío tenían como condición de posibilidad la existencia de una exterioridad
constitutiva (espacial y social) al capitalismo. Las alternativas político
culturales que prevalecieron hasta el advenimiento y predominio de la lógica
cultural posmoderna se enfrentan a nuevas condiciones culturales y se
especifican en Latinoamérica, donde adquieren relevancia los procesos locales
de construcción identitaria. Estas
características son relevantes a los fines de comprender el status de las representaciones
actuales y sus posibilidades de distanciamiento crítico.
La articulación de sentidos
temporales diversos que coexisten en las sociedades latinoamericanas resalta la
materialidad de las prácticas sociales como fundamento de la espacialidad y cuestionan
un sentido único y objetivo del espacio y del tiempo. Las múltiples cualidades
objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar son el resultado de las
prácticas humanas que sirven para reproducir la vida social. Desde esta
perspectiva cada formación social particular encarna un conjunto de prácticas y
conceptos del espacio y del tiempo---- Estas apreciaciones cobran relevancia en
el marco de la perspectiva teórica y política de Harvey sobre la expansión y
los límites actuales de la acumulación capitalista. La política cultural
aparece de esta manera inscripta en la necesidad de regulación derivada de la
expansión económica del “nuevo imperialismo” y de la aceleración de los tiempos
de rotación del capital que surge como consecuencia de los procesos de
flexibilización productiva. En el “nuevo imperialismo” ya no persisten
territorios que puedan ser incorporados a la acumulación capitalista global por
lo que el espacio y el tiempo experimentan una redefinición mediante su
compresión articulada a los procesos comunicativo-tecnológicos y especulativos
del capital financiero (particularmente en el sector inmobiliario) que se
convierte en el eje de la acumulación. El acelerado devenir de la temporalidad
dictado por la reducción de los tiempos muertos productivos encuentra en la
estética -que tiende a “imaginar” el tiempo- un medio de regulación por medio
del predominio icónico. La búsqueda de belleza inherente al arte significa también
la persecución de una trascendencia temporal que encuentra en la arquitectura
posmoderna su plasmación espacial. De todo ello resulta un carácter efímero y
fragmentario de las experiencias que las concepciones posmodernas tienden a
celebrar y asumir como propias. En relación al predomino de la espacialidad
Harvey sostenía que la combinación de cine y
música ofrece un poderoso antídoto frente a la pasividad espacial del
arte y de la arquitectura pero que la carencia de profundidad del cine por el
plano de una pantalla o escenario nos recuerda que el séptimo arte también se
halla limitado a la espacialidad de una manera peculiar. Puede agregarse que
tanto el cine (que ha experimentado transformaciones tecnológicas de
importancia en la última década como la incorporación de la tridimensionalidad)
como la música si bien tienen como condición de posibilidad la extensión
espacial para su trasmisión física son artes básicamente temporales fundadas en
la percepción y manejo de tensiones y expectativas, en particular la música
cuyos potenciales prefigurativos y críticos ya fueron señalados por Adorno.[4] Lo mismo puede decirse en
relación a la capacidad prefigurativa de la escritura y su constitución de la temporalidad subjetiva y social.[5] Es decir que el predominio
icónico coexiste con manifestaciones estéticas que articulan la temporalidad
con la textualidad y la sonoridad de manera compleja pudiendo generar poéticas
singulares. Harvey sostenía que “hay mucho que aprender de la teoría estética
acerca de cómo las diferentes formas de espacialización inhiben o facilitan los
procesos de transformación social. Recíprocamente hay mucho que aprender de la
teoría social en cuanto al flujo y la transformación con los que debe
enfrentarse la teoría estética. Es posible que al poner en relación estas dos
formas de pensamiento, podamos entender mejor las formas en que el cambio
económico-político plasma las prácticas culturales”.[6] Esta vinculación le
permite analizar la estetización de la política. También afirmar que la disolución
de los conflictos de clase en conflictos geopolíticos no constituye un mero
accidente sino que tienen su raíz en procesos económicos políticos por medio de
los cuales la acumulación actual impulsa configuraciones geográficas de
desarrollo desigual y combinado. Dichos procesos suponen la búsqueda de una
serie de estabilizaciones espaciales ante el problema de la hiper
acumulación. Estos procesos de
estabilización son acompañados por la
estetización de la política y es desde esta perspectiva que es posible combinar
la teoría estética y la social sobre la naturaleza y el significado del espacio
y el tiempo.[7]
Harvey enjuicia críticamente el posmodernismo al considerar que dicha
estetización es celebrada por dicha corriente teórica en su irracionalismo, menosprecia
la historia y la convierte en un simulacro que es resultado del relato de
personajes carismáticos. ----------------------------------------------------------------------------------
El distanciamiento crítico como
postura estética y valorativa -cuyo ejemplo paradigmático lo constituye la
dramaturgia originada en la obra de Bertold Brecht y su noción de
“desfamiliarización” se fue redefiniendo durante las últimas décadas en función
de las profundas transformaciones sistémicas señaladas en las que el poder
surge como algo interno al orden de la mundialización cultural.[8] Corrientes estéticas
colectivas en Latinoamérica como el Teatro del Oprimido de Augusto Boal
incorporaron desde los años setenta algunos aspectos del “Teatro Épico” de
Brecht y un intento de superación dialéctica de la “espontaneidad creativa”
junto con las relaciones entre los métodos teatrales de Stanislavsky (basados
en la “memoria emotiva”), el Teatro Foro y el psicodrama de la espontaneidad de
Moreno. Experiencias actuales y cercanas como las obras itinerantes y
callejeras del Teatro Comunitario en la Argentina, las expresiones culturales
autóctonas y el desarrollo de algunas performances o actuaciones públicas
proponen formas de distanciamiento y crítica sociocultural que se sitúan
intermediando las transformaciones que tuvieron lugar entre los campos de la
subjetividad social e histórica y la espacialidad durante las últimas décadas.
Estas expresiones artísticas colectivas desarrollan “desde adentro” nuevas
des-identificaciones con los modelos culturales hegemónicos al mismo tiempo que
patentizan artísticamente las potencialidades y los problemas socioculturales
de grupos invisibilizados, redefiniendo con sus prácticas artístico culturales
en el territorio las concepciones tradicionales de la vanguardia. También
aparece como necesaria una redefinición de la relación entre la estética y la
política como formas de revalorización de los espacios locales identitarios, de
la crítica del extractivismo y de las consecuencias socioculturales y
espaciales del aprovechamiento de nuevas
formas de energías no fosilistas (como
en el caso de los movimientos ambientalistas) que en Latinoamérica no se
reducen a la dispersión de los conflictos clasistas y que requieren la
visibilización (heterodoxa) de la violencia social (física y simbólica) cuyo
trasfondo son las relaciones de explotación
materiales y la desigualdad social.
Desde la perspectiva de Harvey los símbolos adquieren
actualmente una relevancia inusual como medio de regulación icónica de los
procesos de acumulación del capital. El mundo mediático se constituye en un
medio privilegiado de cristalización ideológica de la historicidad cuya
expresión más elaborada es el posmodernismo cultural con su apología del
fragmento. El “retorno de lo reprimido” tiene lugar como una reacción ante el
predominio de los sistemas abstractos, sus efectos en las subjetividades y la
imposición homogeneización de la cultura global. Harvey, -al igual que Frederic
Jameson- reconocen la necesidad de la crítica a las concepciones realistas que
predominaron en el marxismo clásico para dar lugar a análisis de la
preponderancia símbólica y sus efectos envolventes. Si como sostiene Eva
Ilouz los sujetos orientan sus acciones mediante la internalización de
expectativas de conductas mediáticas y se socializan en un medio orientado por
ficciones nos podemos preguntar cómo escribir y representar las prácticas
sociales y discursivas en la actualidad.[9]
En este contexto histórico social se hace por lo tanto necesario (junto a la
investigación de los orígenes sociales de los problemas urbanos), una
reescritura de sus formas dominantes de difusión, de la espectacularización
individualizante en que las distintas potencias sociales se presentan y son
presentadas en sociedad. Algunas de ellas se revelan de manera colectiva y
constructiva (como son las diversas expresiones del arte comunitario) como
medio de reconocimiento que desafía los cánones de las ficciones predominantes,
revelando en algunos casos la violencia subyacente a sus manifestaciones
simbólicas. Dar cuenta de ellas requiere también abandonar algunas formas de la
“voz media”, de los modos asertóricos como géneros excluyentes de enunciación
de los hechos sociales y de los tropos habituales que empleamos en las ciencias
sociales para revelar y desnaturalizar el carácter trágico de sus modernas
manifestaciones mediante su deconstrucción (mediada por la investigación
empírica) y su posterior reconstrucción dramático narrativa como variante. Este
proceso de generar variantes (a partir de la deconstrucción empírico-narrativa que se efectúa sobre las
construcciones discursivas estigmatizantes e individualizantes que acompañan y
refuerzan la fragmentación social) puede reconocer modelos en las artes
literarias, audiovisuales y performáticas como medios de diversificar y
desnaturalizar las versiones
establecidas de los cursos de acción socioculturales en el territorio.
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[1]
Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
Investigador docente en el Instituto del desarrollo Humano (IDH) de la
Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y de la Licenciatura en
Geografía y GIS de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref). E-mail:
tcalello@ungs.edu.ar
[2]
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[3]
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[4] Al respecto Lewis Rowell, “Introducción a la
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5 Paul
Ricoeur, “Tiempo y narración. La configuración del tiempo en el relato
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[8]
Al respecto: Jameson Frederic: “Brecht y el método”,
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[9] Illouz Eva, “Porqué duele el amor. Una explicación sociológica”, 2012 y “El
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capitalismo”, Editorial Katz, Buenos Aires-Madrid, 2009