viernes, 7 de junio de 2019

El distanciamiento cultural actual


Cultura, distancia crítica y espacialidad en el posmodernismo tardío
Tomás Calello[1]

 La espacialidad en el contexto posmoderno

La espacialidad experimentó durante las últimas décadas una serie de profundas transformaciones que David Harvey analiza en el marco de las modificaciones socioculturales y políticas del capitalismo actual. La “condición posmoderna” y su lógica cultural inherente (Jameson, 1994, 2013; Harvey, 2004, 2010; Comaroff J.L y Comaroff J, 2009; Mc Kenzie, 2011) tiene consecuencias sobre las formas y sentidos que adquieren las escenificaciones comunitarias y las intervenciones performativas en el espacio urbano poscolonial. Esta sección estará encaminada a desarrollar la lógica cultural posmoderna y su relación con el despliegue de nuevas concepciones estéticas y colectivas.
      Según Jameson el posmodernismo es la lógica cultural predominante del capitalismo tardío y posee como características relevantes el predominio de la espacialidad sobre la temporalidad y la fragmentación de los significantes en un presente que aparece sin solución de continuidad (Jameson, 1994). Estas características influyen sobre la subjetividad, en particular sobre el “descentramiento del sujeto”, y limitan el ensayo de las críticas estéticas basadas en el distanciamiento, a diferencia de lo que sucedía en el modernismo tardío donde tenían como marco de posibilidad la existencia de una exterioridad constitutiva (espacial y social) al capitalismo. Las alternativas político-culturales que prevalecieron hasta el advenimiento y predominio de la lógica cultural posmoderna se enfrentan a nuevas condiciones culturales –como la subordinación de la temporalidad a la espacialidad–  planteando nuevos desafíos a las estéticas críticas  Estas características de la lógica cultural posmoderna son relevantes a los fines de comprender el status de las escenificaciones que son el objeto de abordaje en el presente artículo. Jameson aclaraba que la hegemonía cultural posmoderna no significa sugerir una homogeneidad cultural masificada e uniforme del campo social, sino más bien su coexistencia con otras fuerzas resistentes y heterogéneas que la lógica cultural posmoderna tiende a dominar e incorporar (Jameson, 1994: 176). También Renato Ortiz señalaba por esos años y desde otra perspectiva que el poder surge en la economía-mundo como algo interno al orden de la mundialización y que los consumos culturales globales se basan en procesos de desterritorialización que poseen una base local. La emergencia de una cultura global (dominada por el idioma inglés articulado con los dialectos e idiomas nacionales) demandaba por lo tanto el desarrollo de una “hegemonía internacional popular” por parte de las clases subalternas  (Ortiz, 1994). En el contexto posmoderno  la “distancia crítica” de las políticas culturales de izquierda aparece como anacrónica debido a la colonización capitalista de todos los espacios, ya se trate de los espacios precapitalistas, de la naturaleza o del inconsciente. Andreas Huyssen en su análisis del  posmodernismo y la cultura de masas revalorizaba la identificación, en particular con las víctimas, en el nuevo contexto histórico social cuestionando los alcances críticos actuales de las estrategias de distanciamiento estético  (Huyssen, 2006)
Como se verá más delante, también se desprende de los análisis de David Harvey sobre la lógica cultural posmoderna en una etapa posterior de su desarrollo (que vinculan el predominio de la espacialidad a la regulación de los procesos de acumulación del capital a escala global) un cuestionamiento a las  formas estéticas críticas que caracterizaron a la modernidad.
La espacialidad urbana que se despliega con la posmodernidad a partir de los nuevos desarrollos de la arquitectura (que  ejemplifica el lugar de la estética en los procesos de reproducción del capital) y el planeamiento urbano constituyen una mutación del espacio construido (Jameson, 1994: 64). La alteración del pasado como retromanía en los espectáculos sustituye a la verdadera historicidad, como un simulacro en el que se diluye el influjo de la historia (Reynolds, 2012). Sobre este paisaje espacial, la historicidad es reconstruida como un simulacro que detiene el influjo de la historia y cuyas reglas procedimentales se hallan presentes tanto en la espacialidad urbana como en la del espectáculo (en particular con el predominio del video clip a partir de los años ochenta, y de la Internet a partir de los noventa). Su significación para las escenificaciones teatrales y  otras formas de presentación se ven modificadas, en particular en aquéllas en las que se interrelacionan la producción de simulacros con la “exotización” o las construcciones de otredad en contextos poscoloniales. Una mutación del objeto que no fue acompañada de una mutación del sujeto, ya que de acuerdo con Jameson el “hiperespacio” resultante de las mutaciones espaciales del capitalismo tardío requiere de un desarrollo de cualidades sensoriales y perceptivas que no se habían desarrollado hasta ese momento. Tomando en cuenta la mutación de la función social de la cultura en el capitalismo tardío, el análisis de Jameson recae sobre la permanencia del carácter “semiautónomo” de la cultura con respecto a la esfera económica que había sido su condición de posibilidad durante la modernidad tardía. La pérdida de autonomía de la cultura no significa su desaparición; por el contrario, debe ser pensada como una difusión de la esfera cultural por todo el espacio social (Jameson, 1994: 74). Esta “explosión” de lo cultural en lo social, ya se trate del espacio económico, del poder estatal o de la psique, es consistente con una sociedad de la imagen o del simulacro y con la transformación de lo “real” en una serie de pseudo-eventos. Por más diferentes que fueran entre sí las políticas culturales de la izquierda, (ya se tratara de la negatividad, la oposición y subversión, la crítica y la reflexividad) compartían el supuesto venerable de la “distancia crítica” con respecto a la cultura. Pero fue justamente la distancia en general, y en particular la estética, la que fue abolida en la lógica cultural posmoderna. Nuestros propios cuerpos están inmersos y desprovistos de coordenadas mas allá de la expansión del capital multinacional que acabó penetrando los espacios que ofrecían una base extraterritorial para la crítica. Este nuevo espacio global y original no es meramente una ideología cultural o una fantasía, sino una realidad genuinamente histórica y socioeconómica multinacional. El “momento de verdad” de la tercera gran expansión original del capitalismo a partir de las expansiones anteriores de los mercados nacionales y del imperialismo que tenían sus propias especificidades culturales y generaban nuevos tipos de espacialidad apropiadas a sus dinámicas (Jameson, 1994). Jameson propuso a partir de sus análisis un modelo cultural que pusiera en evidencia las dimensiones cognitivas y pedagógicas del arte y sus relaciones con la cultura política. Este modelo tiene sus raíces fundamentales en las teorías de Bertold Brecht y Giorgy Lúkacs para los momentos del modernismo y del realismo respectivamente.  Adecuando esas perspectivas como un modelo de cultura política apropiado al capitalismo tardío, y por lo tanto considerando el espacio como la cuestión organizativa fundamental del mismo, denomina a este modelo “mapeamiento cognitivo”.
Una estética del mapeamiento cognitivo  busca dotar al sujeto individual de un sentido más aguzado de su lugar en el sistema global mediante una política cultural y pedagógica. Ella debe basarse sobre formas radicalmente nuevas de concebir la representación, a sabiendas de que el mundo social y espacial circundante es irrepresentable en su totalidad pero no incognoscible; como una manera de salvar la brecha entre las experiencias individuales de la vida cotidiana y el conocimiento abstracto, recolocando el análisis de la representación en un nivel más alto y complejo. El “mapeamiento” en el nuevo contexto espacial posmoderno consiste en nuevas formas de abordaje de la representación de la (nueva) realidad para no distraer ni  desviar de esa realidad o recaer en otra forma de mistificación. Tomando como modelo la obra del arquitecto Kevin Lynch, en particular The Image of the City, Jameson sugiere procedimientos de desalienación urbana que permitan a los sujetos una reconquista práctica de su reubicación espacial y que puedan ser retenidos en la memoria para poder mapear o re mapear en cada momento trayectorias variables y opcionales (Jameson, 1994: 77). Los problemas empíricos que planteaba Lynch a  partir de la imposibilidad de las personas de mapear en sus mentes su propia posición en redes urbanas, como en la ciudad de Jersey, converge con la redefinición althusseriana y lacaniana de ideología como representación imaginaria de los sujetos con sus condiciones reales de existencia. El mapeamiento cognitivo debe permitir a los sujetos una representación situacional más estrecha en relación a estructuras más vastas e irrepresentables como son las estructuras sociales en su totalidad. En los trabajos de Lynch, las cartografías constituyen un trabajo clave para esa mediación aunque los sujetos de sus análisis siguen más bien trayectorias espaciales difusas, semejantes a operaciones pre-cartográficas, como itinerarios o cartas de navegación. Las analogías de Lynch permiten a Jameson pensar el mapeamiento cognitivo trascendiendo las posiciones empíricas del sujeto y en relación a los hitos espaciales urbanos para incorporar instancias referenciales abstractas de totalidad geográfica ejemplificadas en la evolución de los instrumentos de navegación (Jameson, 1994: 77). La concepción althusseriana de ideología permite repensar estos problemas geográficos y cartográficos en términos de espacio  social, como formas de diseños cognitivos por medio de los cuales los sujetos transcodifican sus relaciones sociales individuales con sus realidades de clase locales, nacionales e internacionales. La nueva dialéctica representacional que Jameson proponía para abordar la complejidad dinámica de los lenguajes en la posmodernidad, caracterizados en términos generales por el predominio mediático e icónico pero carentes de una jerarquía representacional definida, deberá ser capaz de “comenzar nuevamente a entender nuestro posicionamiento como sujetos individuales y colectivos y recuperar nuestra capacidad de decir y luchar que esta hoy neutralizada por nuestra confusión espacial y social” (ibid: 79).
Una aproximación fundamental que tiene como base esa línea representacional renovadora es el análisis de David Harvey sobre la compresión espacio-temporal que genera el capitalismo actual en relación a los límites que encuentra la acumulación de capitales a nivel global y el modo específico en que las estéticas y políticas se insertan en la misma. La especificidad  que dichas lógicas adoptan en el contexto poscolonial de inserción en el capitalismo global se hallan en relación a las respuestas performáticas posibles como procesos políticos de construcción identitaria.


 La compresión espacio-temporal y su incidencia en los procesos culturales

En La condición de la posmodernidad David Harvey continua con la perspectiva de Jameson que concebía a la transformación  posmoderna como una crisis de nuestra experiencia del espacio y del tiempo. Según dicha perspectiva las categorías espaciales pasan a dominar a las temporales mientras que ellas mismas resultan transformadas y generan dificultades para los hábitos de la percepción (formados en el alto modernismo) en la nueva realidad hiper espacializada. Harvey ofrece una explicación que intenta dar “cuenta del espacio y el tiempo de la vida social de manera de iluminar los nexos materiales entre los procesos económicos políticos y los culturales” (Harvey, 2004: 225). Reconociendo la articulación de sentidos temporales diversos que coexisten en la sociedad, resalta la materialidad de las prácticas sociales como fundamento de la espacialidad. Poniendo en tela de juicio la idea de un sentido único y objetivo del espacio y del tiempo, plantea que las múltiples cualidades objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar son el resultado de las prácticas humanas que sirven para reproducir la vida social. Desde esta perspectiva, cada formación social particular encarna un conjunto de prácticas y conceptos del espacio y del tiempo. Los conflictos, sostiene Harvey, no surgen solamente de las distintas apreciaciones subjetivas del espacio y del tiempo sino de sus cualidades materiales objetivas que son consideradas decisivas para la vida social en situaciones diferentes. En términos generales la herencia cultural de Occidente privilegió el análisis de la temporalidad por sobre la espacialidad, ya que la misma en las formulaciones de Marx, Weber, Smith y Marshall era considerada una dimensión implícita,  algo contingente y no fundamental para la acción humana. La tematización del progreso como una categoría fundamental de la teoría social para comprender los procesos de modernización llevaba implícita la primacía de la temporalidad.
La teoría estética, a su vez, se ocupa fundamentalmente de la espacialización del tiempo.  Las formas de representación no pueden sino plasmarse en un plano del ser frente al devenir de los sucesos. Toda forma estética demanda una espacialización, ya se trate de la escritura o de las imágenes en las que se plasma el devenir de las experiencias. Estas apreciaciones cobran relevancia en el marco de la perspectiva teórica y política de Harvey sobre la expansión y los límites de la acumulación capitalista. La política cultural aparece de esta manera inscripta en la necesidad de regulación derivada de la expansión económica del “nuevo imperialismo” y de la aceleración de los tiempos de rotación del capital que surge como consecuencia de los procesos de flexibilización productiva. En el nuevo imperialismo ya no persisten territorios que puedan ser incorporados a la acumulación capitalista global, por lo que el espacio y el tiempo experimentan una redefinición mediante su compresión articulada a los procesos comunicativo-tecnológicos y especulativos del capital financiero (particularmente en el sector inmobiliario) que se convierte en el eje de la acumulación. El acelerado devenir de la temporalidad dictado por la reducción de los tiempos muertos productivos encuentra en la estética –que tiende a “imaginar” el tiempo –un medio de regulación por medio del predominio icónico. La búsqueda de belleza inherente al arte significa también la persecución de una trascendencia temporal que encuentra en la arquitectura posmoderna su plasmación espacial. De todo ello resulta un carácter efímero y fragmentario de las experiencias que las concepciones posmodernas tienden a celebrar y asumir como propias. En relación al predomino de la espacialidad, Harvey sostenía que la combinación de cine y  música ofrecen un poderoso antídoto frente a la pasividad espacial del arte y la arquitectura, pero que la carencia de profundidad del cine limitado a una pantalla o escenario nos recuerda que él también se halla limitado a la espacialidad de una manera peculiar.
Puede agregarse que junto al cine (que ha experimentado transformaciones tecnológicas de importancia en la última década, como la incorporación de la tridimensionalidad) la música, si bien tiene como condición de posibilidad la extensión espacial para su trasmisión física, es un arte básicamente temporal fundado en la percepción y manejo de tensiones y expectativas (Rowell, 2005). Sus potenciales prefigurativos y críticos en algunas de sus manifestaciones ya fueron señalados por Adorno (Buck Morss, 2011; Jay, 1989; Fehér, 1989). Lo mismo puede decirse en relación a la capacidad prefigurativa de la escritura y su constitución  de la temporalidad subjetiva y social (Ricoeur, 2007; 2008). Es decir que el predominio icónico coexiste con manifestaciones estéticas que articulan la temporalidad con la textualidad y la sonoridad de manera compleja. Harvey sostenía que
“hay mucho que aprender de la teoría estética acerca de cómo las diferentes formas de espacialización inhiben o facilitan los procesos de transformación social. Recíprocamente hay mucho que aprender de la teoría social en cuanto al flujo y la transformación con los que debe enfrentarse la teoría estética. Es posible que al poner en relación estas dos formas de pensamiento, podamos entender mejor las formas en que el cambio económico-político plasma las prácticas culturales” (Harvey, 2004: 232).

Esta vinculación le permite analizar la estetización de la política. También le permite afirmar que la disolución de los conflictos de clase en conflictos geopolíticos no constituye un mero accidente, sino que tiene su raíz en procesos económico-políticos por medio de los cuales el capitalismo impulsa configuraciones geográficas de desarrollo desigual y combinado. Dichos procesos suponen la búsqueda de una serie de estabilizaciones espaciales ante el problema de la hiper acumulación.  Estos procesos de estabilización son acompañados por la estetización de la política y es desde esta perspectiva que es posible combinar la teoría estética y la social sobre la naturaleza y el significado del espacio y el tiempo (Harvey: 235). Harvey (junto con Eagleton) enjuicia críticamente el posmodernismo al considerar que la estetización de la política es celebrada por dicha corriente teórica en su irracionalismo y que menosprecia la historia y la convierte en un simulacro que es resultado del relato de personajes carismáticos. En el caso de Hyden White su abordaje de la historia como “realismo figural” intenta fundamentarse desde un registro tanto lógico como tropológico, al mismo tiempo que rescata algunas consideraciones marxistas. Su  crítica del distanciamiento de la historia presente en Barthes (y en Brecht) lo ubican en una relación heterodoxa con el marxismo, al mismo tiempo que en un contexto histórico en el que las “distancias críticas” en relación a la cultura parecieran abolirse (White, 2010:73-94). Esta aproximación, si bien converge con la de Jameson, es más el resultado de una postura epistemológica “emic” que de un posicionamiento crítico del posmodernismo.
En la próxima sección se retoma  el análisis de Harvey sobre la significación social del espacio y del tiempo con el fin de extraer algunas consecuencias estéticas y políticas en el plano de la representación escénica.


 La configuración espacio temporal de la vida social

En el nuevo contexto la modernización implica la desorganización constante de los ritmos espaciales y temporales. En particular, aunque no de marea excluyente, la división e indiferenciación actuales entre actividades hogareñas y laborales. La opacidad resultante del fetichismo actual en que se desenvuelve la vida cotidiana coloca como principal contradicción del capitalismo a la relación entre apariencia y realidad (Harvey, 2010). El modernismo  como respuesta cultural se plantea (como en otros períodos históricos previos) la reconstitución del sentido frente a la fragmentariedad y provisionalidad de las experiencias promovidas por la modernización actual. El sentido del espacio viene dado por la especificidad de las prácticas sociales a partir de las cuales se origina. Al mismo tiempo dicho espacio puede definir relaciones entre personas, actividades, cosas y conceptos. Las representaciones espaciales son producto y producción mientras que sus reorganizaciones indican un cambio de las relaciones sociales. “En el capitalismo”, sostiene Harvey, “a causa de su tendencia a la fragmentación y a lo efímero la dificultad consiste en encontrar en medio de los universales de la monetización, el mercado de valores y la circulación de capital, una mitología estable expresiva de sus valores y sentidos intrínsecos” (Harvey, 2004:241). Dichas mitologías quedan ilustradas por Harvey de manera patéticamente simbólica en los casos de la estética nazi o del mito maquínico como respuestas al cambio histórico y geográfico. Pero también en estetizaciones menos radicales como la evocación de la tradición, de la memoria colectiva, de la región y el lugar o de la identidad cultural.
Existe también, señala Harvey citando a la poética del espacio de Bachelard, un espacio de la imaginación que no se reduce a la extensión o al espacio afectivo de los psicólogos ya que de acuerdo con el pensador francés “creemos conocernos a nosotros mismos en el tiempo cuando en realidad lo único que conocemos es la secuencia de fijaciones a los espacios de la espacialidad del ser. Los recuerdos son inmóviles y cuanto más firmemente estén establecidos en el espacio más sólidos resultan” (Harvey, 2004: 241). Lo mismo que en Heidegger, el espacio contiene tiempo comprimido, siendo que el espacio principal de la memoria es la casa, ya que en ella hemos aprendido a soñar e imaginar. La protección hogareña es el lugar donde comienza la vida y en el que a través de los sueños las diversas moradas de la existencia se interpenetran y retienen los tesoros de los días pasados. De esta manera, el ser  sumergido en la memoria espacial inmemorial trasciende el devenir y encuentra todos esos recuerdos nostálgicos de un mundo infantil perdido. ¿Acaso es éste el fundamento de la memoria colectiva para todas aquéllas manifestaciones de nostalgias ligadas al lugar que impregnan nuestras imágenes del campo y la ciudad, de la región, del medio y la localidad, del vecindario y la comunidad? (Harvey, 2004: 243). Este interrogante podemos aplicarlo a las manifestaciones nostálgicas, que como las del teatro comunitario y el tango, se hallan presentes en las representaciones y performances actuales. 


  
 Identidad del yo y el “retorno de lo reprimido”

Anthony Giddens, por su parte, abordó las implicancias que tiene la profundización de la modernidad y la difusión de los sistemas expertos en la identidad del yo (Giddens, 1997). Estos análisis son de utilidad a los fines de comprender los procesos de reconstitución de la subjetividad que por medio de la participación en expresiones dramatúrgicas comunitarias se desarrollaron en el país  luego de la crisis social de comienzos de milenio. Giddens considera las transformaciones que experimenta la identidad del yo ante el desarrollo de los sistemas abstractos modernos, y el riesgo e incertidumbre social que genera para la “seguridad ontológica” de las personas. La especialización de funciones y el desarrollo de los sistemas expertos, a pesar de que conforman ámbitos de certeza específicos, dejan sin embargo una importante franja de incertidumbre social sin resolver a los sujetos. Giddens tiene en cuenta en este contexto con sus consecuencias negativas también las posibilidades de transformaciones individuales y del desarrollo de una “política de la vida” como resultado de una profundización de los procesos modernizadores y de sus efectos sobre las instancias yoicas y de la intimidad:
En la modernidad reciente la influencia de acontecimientos distantes sobre sucesos próximos o sobre la intimidad del yo se ha convertido progresivamente en un lugar común. Los medios de comunicación impresos y electrónicos desempeñan obviamente un papel principal en este punto (Giddens, ibid: 13)

En este contexto, debido a la pluralidad de ámbitos de acción y a la diversidad de autoridades que interpelan a los sujetos, la elección de un estilo de vida y la planificación de la vida como resultado de la especialización se convierten en un rasgo central de la estructuración del yo: 
Las divisiones de clase, y otras áreas fundamentales de desigualdad, como las relacionadas con el género o la etnicidad pueden definirse en parte en función de la diferente posibilidad de acceder a las formas de realización del yo y capacitación…No debemos olvidar que la modernidad crea diferencia, exclusión y marginalización. Las instituciones modernas al tiempo que ofrecen posibilidades de emancipación, crean mecanismos de supresión más bien que de realización del yo. (ibid: 14)

Estas divisiones y diferencias aparecen en las expresiones artísticas analizadas como medios reflejos del yo, entre la intimidad y su presentación en sociedad, como manifestaciones públicas de la intimidad social. Vivir en el mundo actual significa para Giddens la necesidad por parte de los sujetos de solucionar un conjunto de dilemas con el fin de preservar una crónica coherente de la identidad del yo. En principio debe hacer frente a las tendencias unificadoras y fragmentadoras de la experiencia, a la presentación de su yo en múltiples circunstancias. Esto para Giddens no significa necesariamente (frente a las hipótesis postestructuralistas del descentramiento del sujeto) una desintegración del yo, sino que al menos en algunas circunstancias puede favorecer una integración del mismo. “Una persona puede aprovecharse de la diversidad de circunstancias para crear una identidad propia específica que incorpore de manera favorable elementos de diferentes ámbitos en una crónica integrada”  (ibid: 241-242). Pero los peligros que entraña este dilema son, en el caso de la unificación, la construcción de la personalidad en función de la identificación del sujeto con un conjunto de compromisos fijos conformando un tradicionalismo rígido, o bien en el otro extremo de la fragmentación la construcción de una identidad caracterizada por un conformismo autoritario a las diversas situaciones. En ambos casos la base de la seguridad ontológica de las personas es frágil ya que la seguridad en la identidad de su yo depende de que otros consideren sus comportamientos apropiados o razonables, es decir, de las  miradas ajenas (Ibid: 243).
Otro de los dilemas a los que se ven enfrentados los sujetos se relaciona con los sentimientos de impotencia frente a los de apropiación: el desarrollo de los sistemas abstractos que como partícipes fundamentales de un proceso de modernidad radicalizada despojan a  los sujetos del saber sobre el manejo de los mismos. También las crisis recurrentes tienen un efecto sobre la seguridad ontológica de las personas, ya que tienen como correlato el secuestro de la experiencia y del desarrollo de relaciones puras, internamente referenciadas, basadas en la seguridad, la confianza y la intimidad, que poseen una frágil base de sustentación en el tiempo. Frente al “despojamiento” de la personalidad que efectúan los sistemas abstractos (Giddens, 1997), pero también en relación a la pérdida de certidumbres y derechos sociales,  los sujetos intentan distintas formas de reapropiación de los vínculos sociales, de recursos materiales, de sentido y políticos. La reconstitución del yo social se desarrolla en todos esos planos. Muchas de esas formas de reapropiación individual, social, laboral, y también ritual, tuvieron lugar con el desarrollo de los movimientos sociales urbanos, y en particular de las expresiones artísticas que fueron objeto de análisis. Giddens sostiene que la transformación de la intimidad tiene su propia reflexividad y sus formas peculiares de orden referencial interno como un extremo de la interacción entre lo “local” y lo “global”. Los procesos de reapropiación y capacitación, tanto si se refieren a la vida personal como a un medio social más amplio, se entrelazan con los de despojamiento y pérdida. Puede considerase entonces que junto al desarrollo de la crisis social y a la difusión de los medios abstractos, los sujetos personales y sociales han desarrollado nuevas estrategias artísticas y cognitivas de reapropiación, que implican a su vez nuevas relaciones entre su intimidad y sus presentaciones en sociedad.
El tercer dilema opone la autoridad a la incertidumbre. La multitud actual de demandantes de autoridad coloca a la vida social y a los sujetos en un estado de incertidumbre que afecta al yo. Los saberes especializados no alcanzan a generar las certidumbres necesarias para su comportamiento ya que no hay autoridades que cubran los diversos campos del conocimiento experto, en tanto que las autoridades tradicionales han pasado a ser una más entre tantas. Este dilema, si bien es característico de la modernidad, puede generar tanto formas de resolución basadas en la sumisión servil de las personas ante la incapacidad de aceptar la existencia de autoridades en conflicto, como estados patológicos e inmovilizantes ante la duda (Giddens, 1997:249). Por último se presenta el dilema entre la experiencia personalizada y la experiencia mercantilizada, ya que de acuerdo con Giddens el establecimiento de modos de consumo estandarizados, fomentados por la publicidad y otros métodos es fundamental para el crecimiento económico e influye en todos estos sentidos en el proyecto del yo y en la internalización de estilos de vida. Más adelante se lee:
No sólo los estilos de vida, sino la realización del yo quedan empaquetados y distribuídos según criterios de mercado. Los libros de ayuda propia como Self Therapy se encuentran en una posición precaria frente a la producción mercantilizada de la realización del yo. Tales libros se apartan de alguna manera del consumo estandarizado y empaquetado. No obstante en la medida en que se venden como teoremas previamente elaborados para dar respuesta a la pregunta de cómo salir adelante en la vida  acaban cayendo en el mismo proceso al que nominalmente se oponen (Giddens  1997: 251).

Tanto los análisis de Eva Illouz sobre la introyección de las “emociones ficcionales”, que se verán en la próxima sección, como los de Giddens sobre la mercantilización del yo sugieren la necesidad de generar formas de apropiación singulares de los relatos autobiográficos que puedan desidentificarse de las interpelaciones de sujeto originadas en la publicidad. Giddens plantea que “debemos entender los procesos de individuación sobre ese complicado trasfondo. El proyecto reflejo del yo es por necesidad en cierto modo, una lucha contra las influencias mercantilizadoras aunque no todos los aspectos de la transformación en mercancía le sean hostiles” Giddens, 1997: 253). Uno de los aspectos negativos de la mercantilización del yo, sostiene Giddens, es el narcisismo, es decir el fomento de la apariencia en el ámbito del consumo y el desarrollo del yo en función de su exhibición. El trasfondo de todos estos dilemas, a los cuales se ve enfrentado el desarrollo del yo en la modernidad tardía o bien en el capitalismo tardío con su desarrollo de los sistemas abstractos, es la falta de sentido con el predominio de los sistemas internamente referenciales. Giddens plantea que cuanto más abierto y general  sea el proyecto reflejo del yo, en la medida en que se despoja progresivamente de fragmentos de la tradición, tanto más probable será un retorno de lo reprimido en las instituciones modernas.
Este retorno de la reprimido como respuesta al predominio de los sistemas internamente referenciales que aseguran (provisoriamente) la confianza básica de los sujetos se expresa en la aparición de nuevos rituales y en la reaparición de otros, de nuevos movimientos sociales, en la reconstitución de la tradición, en el resurgir de la fe y de las convicciones religiosas, en el desarrollo de nuevas formas de religión y espiritualidad y en el corazón mismo del comportamiento sexual, ya que si bien la pasión se ha privatizado “la sexualidad repudia y al mismo tiempo sustancia el compromiso de la vida humana con ciertas condiciones y experiencias moralmente trascendentes” (Giddens, 1997: 260).  Giddens plantea que en general puede rastrearse un regreso de lo reprimido en los esfuerzos por promover la excarcelación en los diferentes terrenos, desde el institucional hasta las instancias más profundas del yo y la intimidad. Sostiene además que se trata no sólo de la continuación del dinamismo sin fin de la modernidad, sino de cambios fundamentales que son el presagio de transformaciones estructurales más profundas

… la expansión de los sistemas internamente referenciales alcanza los límites extremos en el plano colectivo y en la vida de cada día, las cuestiones morales/existenciales pasan a ocupar una posición central. Al agruparse en torno a procesos de realización del yo, y a pesar de que se extienden hasta afectar a fenómenos globalizadores, tales cuestiones exigen una reestructuración de las instituciones sociales y plantean problemas de naturaleza no simplemente sociológica sino política (Giddens, 1997: 263)

Estas definiciones resultan útiles a los efectos de considerar las mutaciones expresivas de las manifestaciones dramatúrgicas y artísticas del contexto de crisis y posterior al mismo en las que se inscriben los relatos autobiográficos de una manera particular. El desarrollo del  teatro comunitario,  de las performances del tango y de otras expresiones artísticas que surgieron luego de la crisis social aparecen como formas  de reencantamiento secularizadas que permiten una reinscripción ritual de los sujetos como retorno de lo reprimido.


Conclusiones y propuestas culturales  de intervención socio espacial

La espacialidad experimentó durante las últimas décadas una serie de profundas transformaciones que David Harvey analizó en el marco de las modificaciones socioculturales y políticas del capitalismo actual. La condición posmoderna con su lógica cultural inherente tiene consecuencias sobre las formas y sentidos que adquieren las poéticas desplegadas en el espacio urbano pos-colonial.[2] El posmodernismo como lógica cultural predominante del capitalismo tardío posee como características relevantes el predominio de la espacialidad sobre la temporalidad y la fragmentación de los significantes en un presente que aparece sin solución de continuidad.[3] Estas características influyen sobre la subjetividad, en particular sobre el “descentramiento del sujeto” y limitan el ensayo de las críticas estéticas que como en el modernismo tardío tenían como condición de posibilidad  la existencia de una exterioridad constitutiva (espacial y social) al capitalismo. Las alternativas político culturales que prevalecieron hasta el advenimiento y predominio de la lógica cultural posmoderna se enfrentan a nuevas condiciones culturales y se especifican en Latinoamérica, donde adquieren relevancia los procesos locales de construcción identitaria.  Estas características son relevantes a los fines de comprender el status de las representaciones actuales y sus posibilidades de distanciamiento crítico. 
La articulación de sentidos temporales diversos que coexisten en las sociedades latinoamericanas resalta la materialidad de las prácticas sociales como fundamento de la espacialidad y cuestionan un sentido único y objetivo del espacio y del tiempo. Las múltiples cualidades objetivas que el tiempo y el espacio pueden expresar son el resultado de las prácticas humanas que sirven para reproducir la vida social. Desde esta perspectiva cada formación social particular encarna un conjunto de prácticas y conceptos del espacio y del tiempo---- Estas apreciaciones cobran relevancia en el marco de la perspectiva teórica y política de Harvey sobre la expansión y los límites actuales de la acumulación capitalista. La política cultural aparece de esta manera inscripta en la necesidad de regulación derivada de la expansión económica del “nuevo imperialismo” y de la aceleración de los tiempos de rotación del capital que surge como consecuencia de los procesos de flexibilización productiva. En el “nuevo imperialismo” ya no persisten territorios que puedan ser incorporados a la acumulación capitalista global por lo que el espacio y el tiempo experimentan una redefinición mediante su compresión articulada a los procesos comunicativo-tecnológicos y especulativos del capital financiero (particularmente en el sector inmobiliario) que se convierte en el eje de la acumulación. El acelerado devenir de la temporalidad dictado por la reducción de los tiempos muertos productivos encuentra en la estética -que tiende a “imaginar” el tiempo- un medio de regulación por medio del predominio icónico. La búsqueda de belleza inherente al arte significa también la persecución de una trascendencia temporal que encuentra en la arquitectura posmoderna su plasmación espacial. De todo ello resulta un carácter efímero y fragmentario de las experiencias que las concepciones posmodernas tienden a celebrar y asumir como propias. En relación al predomino de la espacialidad Harvey sostenía que la combinación de cine y  música ofrece un poderoso antídoto frente a la pasividad espacial del arte y de la arquitectura pero que la carencia de profundidad del cine por el plano de una pantalla o escenario nos recuerda que el séptimo arte también se halla limitado a la espacialidad de una manera peculiar. Puede agregarse que tanto el cine (que ha experimentado transformaciones tecnológicas de importancia en la última década como la incorporación de la tridimensionalidad) como la música si bien tienen como condición de posibilidad la extensión espacial para su trasmisión física son artes básicamente temporales fundadas en la percepción y manejo de tensiones y expectativas, en particular la música cuyos potenciales prefigurativos y críticos ya fueron señalados por Adorno.[4] Lo mismo puede decirse en relación a la capacidad prefigurativa de la escritura y su constitución  de la temporalidad subjetiva y social.[5] Es decir que el predominio icónico coexiste con manifestaciones estéticas que articulan la temporalidad con la textualidad y la sonoridad de manera compleja pudiendo generar poéticas singulares. Harvey sostenía que “hay mucho que aprender de la teoría estética acerca de cómo las diferentes formas de espacialización inhiben o facilitan los procesos de transformación social. Recíprocamente hay mucho que aprender de la teoría social en cuanto al flujo y la transformación con los que debe enfrentarse la teoría estética. Es posible que al poner en relación estas dos formas de pensamiento, podamos entender mejor las formas en que el cambio económico-político plasma las prácticas culturales”.[6] Esta vinculación le permite analizar la estetización de la política. También afirmar que la disolución de los conflictos de clase en conflictos geopolíticos no constituye un mero accidente sino que tienen su raíz en procesos económicos políticos por medio de los cuales la acumulación actual impulsa configuraciones geográficas de desarrollo desigual y combinado. Dichos procesos suponen la búsqueda de una serie de estabilizaciones espaciales ante el problema de la hiper acumulación.  Estos procesos de estabilización son acompañados  por la estetización de la política y es desde esta perspectiva que es posible combinar la teoría estética y la social sobre la naturaleza y el significado del espacio y el tiempo.[7] Harvey enjuicia críticamente el posmodernismo al considerar que dicha estetización es celebrada por dicha corriente teórica en su irracionalismo, menosprecia la historia y la convierte en un simulacro que es resultado del relato de personajes carismáticos. ----------------------------------------------------------------------------------
El distanciamiento crítico como postura estética y valorativa -cuyo ejemplo paradigmático lo constituye la dramaturgia originada en la obra de Bertold Brecht y su noción de “desfamiliarización” se fue redefiniendo durante las últimas décadas en función de las profundas transformaciones sistémicas señaladas en las que el poder surge como algo interno al orden de la mundialización cultural.[8] Corrientes estéticas colectivas en Latinoamérica como el Teatro del Oprimido de Augusto Boal incorporaron desde los años setenta algunos aspectos del “Teatro Épico” de Brecht y un intento de superación dialéctica de la “espontaneidad creativa” junto con las relaciones entre los métodos teatrales de Stanislavsky (basados en la “memoria emotiva”), el Teatro Foro y el psicodrama de la espontaneidad de Moreno. Experiencias actuales y cercanas como las obras itinerantes y callejeras del Teatro Comunitario en la Argentina, las expresiones culturales autóctonas y el desarrollo de algunas performances o actuaciones públicas proponen formas de distanciamiento y crítica sociocultural que se sitúan intermediando las transformaciones que tuvieron lugar entre los campos de la subjetividad social e histórica y la espacialidad durante las últimas décadas. Estas expresiones artísticas colectivas desarrollan “desde adentro” nuevas des-identificaciones con los modelos culturales hegemónicos al mismo tiempo que patentizan artísticamente las potencialidades y los problemas socioculturales de grupos invisibilizados, redefiniendo con sus prácticas artístico culturales en el territorio las concepciones tradicionales de la vanguardia. También aparece como necesaria una redefinición de la relación entre la estética y la política como formas de revalorización de los espacios locales identitarios, de la crítica del extractivismo y de las consecuencias socioculturales y espaciales del aprovechamiento  de nuevas formas de energías no fosilistas  (como en el caso de los movimientos ambientalistas) que en Latinoamérica no se reducen a la dispersión de los conflictos clasistas y que requieren la visibilización (heterodoxa) de la violencia social (física y simbólica) cuyo trasfondo son las relaciones  de explotación materiales y la desigualdad social.
Desde la perspectiva de Harvey los símbolos adquieren actualmente una relevancia inusual como medio de regulación icónica de los procesos de acumulación del capital. El mundo mediático se constituye en un medio privilegiado de cristalización ideológica de la historicidad cuya expresión más elaborada es el posmodernismo cultural con su apología del fragmento. El “retorno de lo reprimido” tiene lugar como una reacción ante el predominio de los sistemas abstractos, sus efectos en las subjetividades y la imposición homogeneización de la cultura global. Harvey, -al igual que Frederic Jameson- reconocen la necesidad de la crítica a las concepciones realistas que predominaron en el marxismo clásico para dar lugar a análisis de la preponderancia símbólica y sus efectos envolventes. Si como sostiene Eva Ilouz los sujetos orientan sus acciones mediante la internalización de expectativas de conductas mediáticas y se socializan en un medio orientado por ficciones nos podemos preguntar cómo escribir y representar las prácticas sociales y discursivas en la actualidad.[9] En este contexto histórico social se hace por lo tanto necesario (junto a la investigación de los orígenes sociales de los problemas urbanos), una reescritura de sus formas dominantes de difusión, de la espectacularización individualizante en que las distintas potencias sociales se presentan y son presentadas en sociedad. Algunas de ellas se revelan de manera colectiva y constructiva (como son las diversas expresiones del arte comunitario) como medio de reconocimiento que desafía los cánones de las ficciones predominantes, revelando en algunos casos la violencia subyacente a sus manifestaciones simbólicas. Dar cuenta de ellas requiere también abandonar algunas formas de la “voz media”, de los modos asertóricos como géneros excluyentes de enunciación de los hechos sociales y de los tropos habituales que empleamos en las ciencias sociales para revelar y desnaturalizar el carácter trágico de sus modernas manifestaciones mediante su deconstrucción (mediada por la investigación empírica) y su posterior reconstrucción dramático narrativa como variante. Este proceso de generar variantes (a partir de la deconstrucción  empírico-narrativa que se efectúa sobre las construcciones discursivas estigmatizantes e individualizantes que acompañan y refuerzan la fragmentación social) puede reconocer modelos en las artes literarias, audiovisuales y performáticas como medios de diversificar y desnaturalizar  las versiones establecidas de los cursos de acción socioculturales en el territorio.



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[1] Doctor en  Ciencias Sociales (UBA). Investigador docente en el Instituto del desarrollo Humano (IDH) de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y de la Licenciatura en Geografía y GIS de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref). E-mail: tcalello@ungs.edu.ar
[2] David Harvey, “La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural”, 2004, Buenos Aires. Editorial Amorrortu, 2004.
[3] Frederic Jameson, “El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismoavanzado”,  Buenos Aires, Paidós, 2004 
[4] Al respecto Lewis Rowell, “Introducción a la filosofía de la música. Antecedentes históricos y problemas estéticos”,  Barcelona, Gedisa Editorial, año 2005 y Buck- Morss Susan;, “Orígen de la Dialéctica Negativa: Theodor Adorno, Walter Benjamín y el Instituto de Frankfurt”, Editorial Eterna Cadencia, Buenos Aires, año 2011.
5 Paul Ricoeur, “Tiempo y narración. La configuración del tiempo en el relato histórico”, Tomo I, editorial Siglo XXI, Madrid, año 2007.
 [6] Harvey.  Op Cit: pp 232
[7] Harvey.  Op cit:  pp 235
[8] Al respecto: Jameson Frederic: “Brecht y el método”,  Buenos Aires, Ediciones Manantial, año 2013, Renato Ortiz, “Mundialización y cultura”, Buenos Aires, Alianza Editorial, año 2007 y Huyssen Andreas: “Después de la gran división. Modernismo, cultura de masas, posmodernismo”,  Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, año 2006.

[9] Illouz Eva, “Porqué duele el amor. Una explicación sociológica”, 2012  y “El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo”,  Editorial Katz,  Buenos Aires-Madrid, 2009